Vino a este mundo, como un regalo del cielo y respuesta a las plegarias paternas, el 27 de marzo de 1416. A los 13 años fue llevado al convento de San Marcos de Argentano –no muy distante de Paula– en cumplimiento de la promesa paterna: confiar al hijo que naciera durante un año a los frailes franciscanos.
La madurez impropia de su edad, su comportamiento, su plena integración en la vida conventual hicieron concebir a los franciscanos la esperanza de que el pequeño Francisco se quedaría con ellos. Pero, pasado el año, quiso clarificar su vocación. Tras una peregrinación a Roma, a Asís y a Montecasino, vio claramente que Dios le quería ermitaño, y se entregó plenamente a la oración, al ayuno y al trabajo.
A partir de 1435 su fama de santidad se extendió de tal modo que el yermo se convirtió en meta de incesantes peregrinaciones. Hubo quienes se quedaron con él. De este grupo nación la Congregación de Ermitaños Pobres de Fray Francisco –Orden de los Mínimos–, el año 1450. Su fama de santidad y de milagros le llevó hasta la corte de Luis XI de Francia, a quien no curó de su apoplejía, pero sí que ayudó a que muriese reconciliado con Dios y consigo mismo.
Desde Francia los Mínimos se extendieron por Europa. Francisco murió el 2 de abril de 1507. Fue canonizado por León X el 1 de mayo de 1519.
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