Nació en Reus el 24 de marzo de 1815. A los 16 años expone su deseo de ser religiosa. Incompresiblemente su padre se opone y la prohíbe volver a plantear el tema. Rosa acepta esta contrariedad como muestra de la voluntad divina. Tiene 19 años y es testigo de la entrega de su madre a los apestados: sirviéndoles, contra el cólera y deja este mundo por amor y consuelo. Rosa descubre en la entrega de su madre el querer divino.
Tiene 26 años cuando abandona la casa paterna para ingresar en la Corporación de Hijas de la Caridad de su ciudad natal. En la casa de la Misericordia de Tortosa, a donde ha sido destinada, trabaja –en unión con cuatro compañeras más– por dignificar la asistencia a los enfermos, por quienes vive y se desvive. Abre una escuela. Las peticiones de nuevas escuelas se suceden.
Cerciorada de que la Hermandad en la que había ingresado se había separado de la Corporación, se le presentan dos alternativas: Volver a la sumisión de lo PP. Paúles o someterse a las autoridades eclesiásticas. Junto con otras doce hermanas se decide por la segunda posibilidad, porque no pueden “sufrir por más tiempo la orfandad espiritual en que se hallan”.
Con la sencillez de las cosas de Dios nace una nueva congregación, que recibe el nombre de Hermanas de nuestra Señora de la Consolación. Tras una vida entregada al consuelo de los hermanos muere el 11 de junio de 1876. Fue canonizada por Juan Pablo II el 11 de diciembre de 1988.
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