Los Carmelitas han permanecido fieles al modelo de Elías (cf. 1R 18,20-45). En la cumbre del Carmelo levantaron una iglesita que dedicaron a la Madre del Señor. A la Virgen del Carmen le tributan los honores de fundadora. La “fórmula de vida” –Regla– les fue dada por San Alberto, patriarca de Jerusalén. Los carmelitas encuentran en María la imagen perfecta de lo que anhelan y esperan ser: fieles y fecundos oyentes de la Palabra. El escapulario se convierte en signo de los beneficios que de Ella han recibido. Como Elías, cultivan la sed del Dios único, vivo y verdadero. Elías es el contemplativo arrebatado por la pasión de Dios, cuya palabra “ardía como una antorcha”. De la vivencia del fuego divino, percibido en la brisa suave, brota el testimonio de la presencia de Dios en el mundo. Cada Carmelo viene a ser un cenáculo en el corazón del mundo: Los y las Carmelitas imploran, unidos a María, la acción del espíritu Santo en el Pentecostés permanente de la iglesia.