Sería imposible finalizar esta 54º Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada sin pasar por la perennidad del amor y el servicio de la misión, temas que se abordaron en el cuarto núcleo del programa, enunciado bajo la cita bíblica «Vosotros sois el cuerpo de Cristo». Y de tal modo, la tarde del viernes fue el momento en que el compromiso y el vínculo comenzaron a desentrañarse desde la dimensión teológico, formativa y psicológica, vistas ahora como el hilo de oro que expresa la capacidad de la persona para afrontar la vida desde el amor.
De tal modo, Ana Martín Echagüe, SEMD, Ana Aizpún Marcitllach, laica de la Universidad Pontificia de Comillas, y Jesús Rodríguez, sacerdote operario, ofrecieron sus reflexiones para responder a un interrogante que nos interpela profundamente: ‘¿Puede el amor ser para siempre?’
El primero en tomar la palabra fue el Jesús Rodríguez Torrente, coordinador responsable de la oficina de Protección del Menor en la Conferencia Episcopal Española desde noviembre de 2021, que desde la encomienda recibida nos regaló una valiente reflexión donde acusaba la falta de formación en materia afectivo-sexual de la que adolece la vida religiosa y la vida sacerdotal. “¿Qué ha pasado aquí?”, se preguntaba. “¿Por qué esta perversidad en el ámbito sexual?”
“Nuestra cultura nos ha dicho que todo lo relativo al ámbito sexual de la persona pertenece a la esfera de lo privado, y nos lo hemos creído. Luego nos sorprende que los compañeros de comunidad de un religioso no sepan que su propio hermano puede llevar una doble vida”, advirtió. “No podemos seguir sin recuperar la comunidad como elemento formativo”, exhortaba. “Me refiero a aquella comunidad que te ponía en tu verdad; no la que forma, sino en la que de verdad se vive”.
“Educar es la capacidad de enfrentar al sujeto consigo mismo, y en el tema sexual solo nos ponemos delante de nosotros mismos si nos ayuda la comunidad”, recordó. “Es una realidad, una fragilidad vivida tantas veces como tal, que o bien la tratas o te acaba comiendo por dentro”, sentenció. Sin embargo, “de estos temas no se habla. Y como no se reconocen las heridas, las tenidas o las que vienen de deseos no consumados, no podemos enfrentar esta problemática”, lamentó. Por tanto, “volvamos al valor a la renuncia. Vinculémonos a las renuncias”, animó.
Tras el sacerdote albacetense, tomó la palabra Ana Martín Echagüe, consagrada de la joven comunidad Misionera Servidores del Evangelio de la Misericordia. La profesora, -trabaja como docente en la Universidad Marista Cardenal Cisneros-, hizo constar el gran déficit en las relaciones y en los vínculos que nos espeja la respuesta al interrogante de la permanencia indisoluble del amor. Pero a la vez, “estas preguntas son una invitación a ponernos en búsqueda”, inició. Y es que el interrogante viene a interpelar a un interlocutor previo que no podemos dar por supuesto: el deseo”, matizaba. ¿Deseamos que el amor sea para siempre? ¿Deseamos un vínculo, una alianza que sea irrevocable?
“Cuando nace la vocación tras un proceso lento de discernimiento, desde el momento que se realiza la elección, el propio dinamismo del amor nos lleva a desear que sea para siempre. Y en la medida que nuestra debilidad nos lo permite, nos determinamos por una opción sin marcha atrás”, constató. Y puesto que “hoy vivimos un gran zarandeo en la no perseverancia, necesitamos volver a mirar a Jesús”.
A juicio de la conferenciante, “existe un hilo primordial en Jesús que fue la relación con el Padre. Una relación central, única, un espacio de libertad, amor incondicional y comunión, desde el que se despliega el sentido de su vida”. De manera análoga, “nosotros somos llamados a tejer a lo largo de nuestro seguimiento un hilo primordial que no reduzca nuestra consagración a una parte de nuestra vida, dejando a Dios ser como una opinión más o como una aplicación entre otras de nuestro móvil”. “Escuchar nuestro ser más hondo nos abre el acceso a conectar con el deseo más genuino”, concluyó.
Finalmente, llegó el turno de Ana Aizpún Marcitllach, psicóloga especializada en el acompañamiento de adultos desde una perspectiva humanista, integradora y relacional. “El ser humano es un ser de vínculo. Nacemos radicalmente dependientes, no solo de alimento y protección, sino de la mirada del otro”.
“La capacidad de vincularnos es la capacidad de que el otro me afecte, me importe, me comprometa. También implica aceptar la interdependencia: no solo el otro me necesita a mí, sino que yo también lo necesito a él. Vincularse implica tolerar la ambivalencia: la libertad propia y la del otro”, expuso. “Vincularse no es perderse en el otro, es encontrarse con uno mismo en relación”.
Pero “el compromiso es necesario para que exista un vínculo significativo”, y sin embargo “Si no puedo decir que no, no estoy eligiendo decir que sí”, añadía.
“Para que haya compromiso debe haber libertad. Y para que haya libertad, debe haber seguridad”.
El amor, pues, es para siempre “si hablamos de un amor que elige seguir diciendo sí, incluso en el desierto, incluso en la oscuridad”. “El amor para siempre no es un sentimiento continuo, sino una fidelidad dinámica, una elección que se hace nueva. Una raíz que permanece”, concluyó.