El segundo momento de la mañana puso sobre la mesa el servicio de autoridad como una buena y saludable praxis desde la cual han de salir fortalecidas tanto la unión de ánimos de cada uno de los consagrados que formen cada organismo de cada instituto, como la dignidad incuestionable de los integrantes de la vida consagrada. Para ello, Rufino Meana, religioso jesuita, y Germán Sánchez Griese, laico consagrado del Regnum Christi, compartieron sus reflexiones en torno al liderazgo visto como un servicio que no anule la necesaria obediencia; antes bien, que la refuerce otorgando al líder la misión de llevar adelante la barca institucional, a fin de que no pierda el norte de su misión apostólica al servicio de la Iglesia.
Aunque complementarias entre sí, la primera conferencia de las dos abordó más directamente una intención clara, la de unirse al sufrimiento de hombres y mujeres consagrados víctimas de una afectividad perversa, analizando también cómo afecta ésta a las personas y a las obras carismáticas. Porque “lamentablemente, ha habido fundadores históricos que han llegado a contaminar su propio carisma de fundador, alterándolo y sirviéndose de él para satisfacer sus fines egoístas y de grandiosidad” inició Sánchez Griese. Así, el Doctor en Teología de la Vida consagrada por el Claretianum de Roma, pasó a preguntarse a renglón seguido por la manera en que esto puede llegar a suceder. Así, “la voluntad cambia de dirección”. “La fuerza y la audacia de estos fundadores se dirige a la satisfacción de sus intereses egoístas y de grandiosidad y el medio elegido por excelencia es la manipulación”.
“Con esta distorsión mental”, la que pone de manifiesto que el fundador con mentalidad perversa se asemeja a un santo fundador o fundador tradicional, “los discípulos mezclan y confunden las características egoístas y narcisistas del fundador histórico con las notas evangélicas del carisma”. Y el profesor continuaba diciendo: “los discípulos no poseen los elementos necesarios para discernir en el carisma de la fundación lo que viene de Dios y lo que viene de las notas egoístas y soberbias de la personalidad del fundador”. Finalmente, “en la dimensión eclesial estos fundadores dejaron en herencia un matiz sectario en el carisma de la fundación. Al heredar un carisma contaminado por los deseos narcisísticos del fundador, los primeros discípulos del fundador ponen la congregación por delante del bien de la Iglesia”.
Para terminar, Sánchez Griese abordó las consecuencias que tiene para las obras apostólicas de un instituto la afectividad perversa del fundador: “Cuando la mentalidad egoísta o centralista del fundador histórico se traslada a las obras de la congregación observamos un fenómeno curioso. Las finalidades evangélicas de la obra carismática quedan opacadas, confundidas, pasan a un segundo plano o desaparecen. El carácter egoísta y centralista del fundador se apodera de las finalidades evangélicas”.
Seguidamente, llegó el turno de Rufino Meana. El profesor titular de Psicopatología Clínica y de Discernimiento Espiritual en la Universidad Pontificia Comillas, comenzó preguntándose si el ejercicio del ‘Servicio de Autoridad’ (SA) afectivamente sano implica preguntarse antes por la calidad humana y espiritual de las personas que son admitidas a la Vida Consagrada. Para ello, abordó en un primer término el concepto de identidad relacional, “una idea que se sostiene sobre la base del conocimiento comúnmente admitido de que las interacciones sociales nos constituyen como persona, pero, también, modulan la expresión de quienes somos en el día a día”. Una derivada de la identidad relacional es el ‘liderazgo resonante’. “Los líderes resonantes son capaces de inspirar confianza en los individuos, motivar a sus colaboradores y fomentar relaciones genuinas que mejoran tanto la productividad como el bienestar del grupo”, definió.
“El líder resonante posee lo que siempre se ha denominado ‘auctoritas’. La auctoritas es un concepto clave del derecho romano cuando se refiere a un tipo de legitimación moral y socialmente reconocida, basada en el prestigio, la sabiduría y la capacidad intelectual de una persona. A diferencia de la potestas (poder político o legal), la auctoritas no implica coacción ni imposición legal, sino que se fundamenta en el respeto y la admiración que generan espontáneamente las cualidades personales, los conocimientos y, sobre todo, el modo en el que esa persona afronta la existencia; la auctoritas se tiene o no se tiene”, explicaba el profesor.
Y finalmente, Meana enumeró las características de la persona carismática, con auctoritas, en la vida cosangrada. En primer lugar, “ha de tener una profunda relación con Dios”. Y con vistas a minimizar el riesgo de saberse portavoz de Dios, “es muy importante que esta persona tenga un acompañamiento espiritual especialmente fuerte que le ayude a discernir en todo momento”. “Un superior religioso habría de ser capaz de mirar como mira Dios a las personas, especialmente a los pecadores, con compasión independientemente de que se lo merezca o no”.
En segundo término, el superior ha de ser alguien desapegado de su propio amor, querer e interés; antes bien, volcado en el amor, querer e interés de Dios para el grupo al que le ha correspondido servir. En un tercer momento, el servicio de autoridad ha de tener una visión institucional que transciende las propias predilecciones del superior; “todos los miembros del colectivo tienen algo valioso que decir para favorecer la misión apostólica institucional”, reflexionaba.
Y para terminar, el conferenciante, director del Centro de Psicología de la CONFER, hizo constar tres capacidades: “con capacidad de reconocimiento del otro como interlocutor válido”, “con capacidad de realismo compasivo”, es decir, “conocer y asumir las posibilidades y limitaciones humanas es un principio sine qua non para vivir en plenitud, sabiendo que plantear ideales inalcanzables, imposibles, genera frustración”, y por último, “capacidad de generar unión de ánimos en sus comunidades”, lo cual quiere decir “ayudar a que todos los miembros del grupo se sientan necesarios y útiles en la misión apostólica”.