“La investigación actual no es unánime a la hora de expresar la esencia del profetismo”, comenzó afirmando el Prof. Emeterio Chaparro en nuestra conferencia de hoy, inserta dentro del ciclo de «Los Jueves del ITVR» del presente curso. En concreto, el religioso claretiano y subdirector del ITVR, abordó la segunda conferencia sobre el dinamismo evangélico, una de las cuatro vigas maestras que, hoy como ayer, sostienen y paradójicamente mueven a la vida consagrada. Para ello, el profesor Chaparro pronunció una charla que se complementaba la pronunciada por la Profª Mónica Díaz. Hoy se acentuó con un énfasis especial la figura de Jesucristo como el mejor de los profetas.
“Aquello que constituye lo específicamente profético es una cuestión que intentaré responder de forma adecuada en la tarde de hoy”, advirtió el misionero. “Para ello, examinaré, en su origen y en su esencia, el fenómeno profético en la antigüedad, tanto en la Biblia como en los pueblos de su entorno, así como también en la Iglesia cristiana primitiva”.
Para tratar la profecía en las primeras civilizaciones, el profesor se detuvo en las abundantes y variadas referencias a la comunicación que, en el pueblo griego, establece la divinidad con el ser humano. Del mismo modo, en segundo lugar, disertó acerca de las investigaciones realizadas el siglo pasado sobre el mundo egipcio antiguo y de la de dependencia de los profetas del Antiguo Testamento, respecto de la profecía egipcia. Del mismo modo, en el tercer y último ejemplo, el experto trató de enumerar los vestigios de prácticas proféticas –“quizá más adivinatorias y mágicas”- que se sucedieron en la antigua Mesopotamia.
Los grandes profetas de Israel
“Suelen dividirse en dos categorías”, comenzó Chaparro: “Profetas preclásicos, desde los siglos XI al IX a.C., y profetas clásicos o ‘escritores’, desde los siglos VIII al IV a.C.”. “A primera vista, hasta aquí́, los profetas del Antiguo Testamento son muy diferentes a los de Egipto, Mesopotamia o Grecia, estos últimos parecen más adivinos que otra cosa, figuras al servicio de los dirigentes; mientras que los profetas bíblicos transmiten mensajes de salvación o condena, de alegría o tristeza; e, independientemente de lo que esperan los oyentes, parece que fueran personas absolutamente coherentes en sus mensajes y en sus comportamientos, como que el ejercicio de su función estuviera por encima de sí mismos”.
Jesús, profeta
“En Jesús y con Jesús se inicia un nuevo diálogo de Dios con la humanidad”, razonó el profesor tras leer los primeros versículos de la epístola a los hebreos. “También en el evangelio de Lucas, Jesús es presentado como el ungido por el Espíritu de Dios, predicho por los libros santos, que había de llevar a los pobres y a los oprimidos la buena nueva de la liberación y de la divina benevolencia”.
Por ello, “el Nuevo Testamento no se limita a presentar a Jesús como un profeta semejante a los del Antiguo Testamento, sino que destaca sus diferencias, lo que hace que su figura sea superior a aquellos”, continuaba. Y es que “en su humillación y luego en su resurrección se realiza de la forma más inimaginable la intuición escatológica de los profetas de Israel”. “Aquí hay algo más, aquí salimos del ámbito de la profecía”, concluía el experto. “Jesús comunica las palabras de Dios como hacían los profetas, pero es más que eso, es la presencia de Dios en la tierra”.
Profetas en las primeras comunidades cristianas
“A comienzos de la época intertestamentaria (ca. s. III a.C.) existía la convicción de que, después de los últimos profetas clásicos, el Espíritu había abandonado Israel”, detallaba el conferenciante. “La profecía daba paso a la apocalíptica, sin embargo, en las primeras comunidades cristianas, podemos encontrar testimonios de reconocimiento del carisma profético”, abundó refiriéndose a Pedro, Ágabo, los profetas de Antioquía, Pablo, o el autor del Apocalipsis, y de todos ellos, Chaparro presentó, de forma sucinta, cómo las primeras comunidades cristianas entendieron el fenómeno profético y la visión de Jesús desde esta perspectiva profética.
La vida consagrada hoy, inspirada en la profecía
Para concluir, el subdirector de este instituto, parafraseando al querido profesor y hermano claretiano Ángel Aparicio, se atrevió a decir que “si bien la vida consagrada no puede fundamentarse en la profecía, sí debe inspirarse en ella para dinamizar su existencia, siendo conscientes de la presencia de Dios en esta tierra”. “En su dimensión profética, la vida consagrada no debería ser una palabra que deba enunciarse, sino una acción que proclame lo visto y lo oído”. Y aún más, que sea parábola para anunciar un mensaje de Dios.
“Con su experiencia de la presencia de Jesús resucitado en esta tierra, la vida consagrada ha de ser parábola para sus contemporáneos; que atraiga por su viveza y singularidad, pero que se defina, sea valiente, denuncie y desafíe las situaciones injustas en las que nos hayamos envueltos los seres humanos”, finalizó.