Con “temor y temblor” comenzó su alocución, primera de la tarde, el superior general de los Carmelitas, Miguel Márquez, preguntándose ante el abarrotado salón de actos de la Universidad San Pablo CEU qué razón habrá llevado a los organizadores de esta 52º edición de la Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada la inclusión de su nombre entre los conferenciantes que figuran en ella. “Seguramente me han llamado más por esta enfermedad incurable que me recorre desde el inicio de mi vocación: un optimismo enfermizo, una esperanza invencible de pies descalzos y manos vacías”, confesó.
Ya sea por esta razón o por otra, el religioso se sintió con la confianza suficiente para expresar la sensación que le suscita el tema de estas jornadas. “A medida que aprendo a conjugar mejor las razones de nuestra fragilidad como consagrados, más me doy cuenta de que ésta viene unida con frecuencia a cierta falta de audacia, de imaginación y de osadía”, y en este sentido, el carmelita se formuló una pregunta en voz alta: ¿Existe alguna familia religiosa en la Iglesia que no haya nacido en el corazón de la crisis y de la tormenta? ¿Habrá algún místico o santo que no se haya labrado y gestado en el terreno de la vulnerabilidad, de los fracasos y las persecuciones?”
Tras una breve introducción el religioso pasó a abordar el grueso de su conferencia desde el mismo título, ‘Cristo, nuestra esperanza’. “El tema que se me ha propuesto es el centro, el corazón de mi fe”, reveló.
Para ello, en un primer momento, el conferenciante enumeró las siete posibles amenazas al amor de Cristo expresadas por san Pablo. “Pablo parece querer decir que no solo todo eso no nos separará, sino que, en la experiencia de todo ello, ahí mismo, está Cristo Jesús como suelo real de alianza y matrimonio que consagra el verdadero amor”. “Para mí no son elementos separadores, sino unitivos, pues el amor de Cristo se ha decantado en una vida atravesada por desnudez, peligro y espada”, afirmó.
Y es que Pablo, tras su tiempo de desierto y de oración, pasa a conocer a Pedro. “Pablo ha nacido en esa experiencia personal de Cristo y la comunidad será encargada de ‘bautizar’ esta experiencia y confirmarla, abriéndose así un camino absolutamente inesperado”.
Horrenda noche
“Empecemos por hablar de ausencia y de noche que, antes de nada, es vivida como vacío […] pues la pregunta por el sufrimiento humano que amenaza la esperanza está en la base de este tema que se me ha encargado hoy”, razonaba. Y es que “El ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’, es el grito más esperanzador de la historia, pues la más radical experiencia de la desolación, formulada como oración de frente al mismo Padre del que se siente abandonado… Rompe la crudeza de la historia y la abre a una esperanza que no viene de este mundo, que viene de Dios”. “¿Dónde está el buen Dios, entonces? ¿Dónde? ¿Dónde estaba en Auschwitz, cuando hasta el rabino Akiba Drumer, dijo: ‘Todo ha terminado, Dios no está ya con nosotros’? ¿Dónde estaba la misericordia divina?”, formuló Márquez. “Mi primer libro de oración hablaba de sequedad, de dónde y cómo se teje y se acrisola la verdadera presencia y relación con Dios. No entendía yo mucho entonces, pero intuía que algo vendría después y que tenía que ver con aprender a morir y dejarme nacer”, se respondió a sí mismo.
Una herida de amor
“Este poner el pie en lo desconocido de Dios con la vida entera en juego es la base de la experiencia de la Iglesia y de la Vida Religiosa”. “La experiencia de la ausencia y de la herida de amor no deja a la persona encerrada en su dolor, lamiéndose la herida, sino que la abre a dejarse sorprender, aunque le cueste la vida este nuevo comienzo”, desveló el religioso. “La búsqueda nace siempre de una herida”, sentenció.
Pero, advirtiendo uno de los momentos más apasionantes de su conferencia, el religioso formuló otra cuestión “¿Quién es el que está herido, y cuál es la herida que provoca todo este dinamismo?”, pues se vuelve cada vez más necesario recordar que “el gran dogma de los místicos y la raíz de la fecundidad de la Vida Religiosa y su dinamismo más intenso nace de este amor primero, de este estar ‘prendado’, ‘prendido’ Dios de cada uno de nosotros, hasta el extremo, desaforado, de amor loco”.
De todo este recorrido por el que nos ha conducido Márquez esta tarde, este que nace de un grito de esperanza, del ‘¿Quién nos separará?, pasando por la Noche más oscura y el sepulcro, en búsqueda enamorada y herida, hasta dejarse encontrar, sorprendidos del desaforado y resucitado amor de Dios para con nosotros, “la Iglesia y la vida religiosa se abre a vivir esta experiencia en propia carne”, razonaba el religioso. “Y nos ha de sugerir la realidad en primer término, pues la esperanza nace en el corazón de la realidad, no en el idealismo o la ideología”. En segundo lugar, “la estructura de la vida consagrada, pues esta estructura actual de la vida religiosa no perdurará tal cual. Y no debemos lamentarnos”, advirtió. Seguidamente, “la comunión”, porque “tengo la impresión de que en nuestro planeta Iglesia seguimos sin entrar en este desafío de comunión en la diversidad”. “Seguimos prejuiciados y bien ubicados en posiciones atrincheradas y por eso, desde aquí apelo a este desafío de comunión que atraviesa fronteras y abraza en la diferencia”, exclamó.
Los guiños de Dios
“No tenemos un problema de vocaciones ni de número ni de fuerzas”, finalizó el religioso. “Tenemos necesidad de frescura, de esperanza y de realidad. No es vana nuestra esperanza. La Iglesia y la vida religiosa se abre a una vida por estrenar, en un sepulcro vacío, en la cruz y en el pesebre: morir, sufrir, nacer en cada paso. Porque en todo Él ha vencido y vencerá, y por eso vencemos fácilmente, ‘por Aquel que nos ha amado’”, concluyó.
Ianire Angulo: “Recojamos la invitación de soñar”
“Los lugares más oscuros son también aquellos en los que la luz brilla con más fuerza”, así comenzó la última conferencia de la tarde la religiosa Esclava de la Santísima Eucaristía y de la Madre de Dios, Ianire Angulo. La religiosa, doctora en Sagrada Escritura, “Este dato de la experiencia, que puede parecer mera poesía cuando se habita entre sombras, me sirve para comprender por qué estoy hablando sobre esperanza”.
Pero “¿cómo hablar de la esperanza a la que somos llamados y de la que somos signos por vocación?”, se interrogó la experta. “El desafío será reconocer por dónde puede entrar la luz de la esperanza sin, por ello, negar una realidad que no se ajusta a lo que desearíamos y que nunca coincide con el ideal al que nos sentimos llamados”.
“Recojamos la invitación de soñar sin estar dormidos, de despertarnos junto al Señor y, de su mano, ser capaz de reconocer y nombrar todo aquello que se esconde bajo el hielo, incluido el miedo y el vacío. Entonces, sin duda, iremos viviendo según se espera”.