El misionero pronunció una charla fruto de las reflexiones maduradas con ocasión de su participación en las asambleas sinodales del 2014 y 2015, así como de la experiencia docente que ha ido fraguando desde el Pontificio Instituto Teológico de Madrid.
La Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada programó para este viernes, penúltimo día de estas jornadas, una tarde de reflexión sobre el tema de la familia, avalado en parte por el hecho de que en este 2021, el papa Francisco convocaba un año especial dedicado a ellas, y que quedó inaugurado el día de san José, quinto aniversario de la publicación de la Exhortación Apostólica ‘Amoris Laetitia’. El ponente encargado de ofrecer la conferencia fue el misionero claretiano P. Manuel J. Arroba Conde, el cual sirve desde la encomienda de llevar adelante la nueva sección madrileña del Instituto Juan Pablo II para las ciencias del Matrimonio y la Familia.
“He pensado organizar la reflexión en tres grupos de cuestiones que nos permitan, partiendo de la mirada social a la realidad familiar, pasar a la mirada eclesial y terminar refiriéndonos a posibles desafíos que derivan de ellas para la Vida Consagrada”, explicó al inicio.
De tal modo, comenzó el religioso claretiano con “una mirada social a la familia, que arroja como resultado una contradicción de fondo: la conciencia cada vez mayor sobre la necesidad de proteger las realidades familiares frente a la erosión de la estabilidad familiar, favorecida por modelos y estilos de vida individualistas”. “Es cierto que queda mucho por hacer aún para asegurar que ninguna instancia social, ni siquiera el valor de la estabilidad familiar, pueda manejarse como sepultura para las aspiraciones de las personas. Ahora bien, no pueden confundirse los objetivos de realización y felicidad personal integral, con la consecución de una gratificación inmediata. Esa orientación de exaltación individualista ha alcanzado cuotas elevadas, no solo en la regulación de las formas de disolución del matrimonio, sino también en la regulación de otras formas de uniones afectivas no matrimoniales, con atribuciones análogas a las de la familia fundada en la unión conyugal”. Con todo, el P. Arroba, prudente, continuó afirmando que “soy consciente de la complejidad que entrañan las cuestiones que acabo de indicar, por lo que sería insensato despacharlas a la ligera. Aun así, nada impide insistir en la necesidad de superar toda fisura en la concepción del bien de las personas y el bien de la familia”, siempre basándose en “la necesidad de compartir transversalmente un nuevo consenso de que la familia es aún más fundamental”.
Y buscando sus causas, el P. Arroba, decano del Instituto Pontificio, advierte que “no son las personas, celosas de su libertad individual, la principal causa del poco aprecio hacia los valores que representa la familia; son más bien los poderes fuertes, enemigos facticos de la libertad de las personas, los que pueden considerar como posibles rivales de sus intereses los valores familiares”
Renovación en la propuesta reciente del magisterio sobre la familia
“Esta orientación social cabe descubrirla también, como planteamiento, adentrándose en la mirada eclesial y cayendo en la cuenta de que, aunque el magisterio de la Iglesia sobre el Evangelio de la familia debe considerarse permanente en sus contenidos sustanciales, la forma y los acentos a la hora de proponerlo son objeto de una evolución, al paso de los signos de cada tiempo”, concedió al principio del segundo bloque de su conferencia. “Las dos asambleas de 2014 y 2015, para favorecer la participación de toda la Iglesia en la reflexión, concluyeron con la voluntad de repensar toda la acción pastoral empezando de nuevo desde la familia, y hay tres puntos que me parecen los más significativos como indicadores de un cambio de perspectiva pastoral”.
“El primer cambio de perspectiva se percibe percatándose de la insistencia en un sentimiento innato de toda persona, expresado como ‘deseo de familia’, y cómo este pudiera servir de punto de partida para la evangelización. Con este deseo debiéramos expresar la voluntad de superar los límites que entraña observar la realidad familiar actual solamente con los ojos, más bien fríos y calculadores, de los datos estadísticos y de sus correspondientes baremos sociológicos. Es necesario sumar a ellos los ojos de la fe, desde la confianza en que el Señor sigue actuando hoy”.
El segundo cambio de perspectiva proviene de la conjunción adecuada entre la proclamación imprescindible del “ideal de familia” y la “cultura del encuentro”. “Recordemos cómo en ‘Amoris Laetitia’ se insiste en la variedad de situaciones familiares y en la necesidad de realizar el seguimiento debido de cada una de ellas, ofreciendo espacios para escuchar sus interrogantes sobre el crecimiento en el amor, sobre la superación de conflictos o sobre la educación de los hijos. Este encuentro en las distancias cortas con todo tipo de situación familiar se presenta en la reflexión sinodal y en el magisterio papal como un criterio imprescindible para asegurar la autenticidad al proclamar el Evangelio de la familia y como estrategia desde la que ayudar a las personas a encaminarse hacia el ideal de familia”.
Con el tercer cambio de perspectiva pastoral, el claretiano quiso referirse “al paso de un planteamiento sectorial de la pastoral familiar a lo que cabría denominar planteamiento transversal, orientación de la pastoral familiar que se puede considerar promovida sobre la interacción de la pastoral judicial con la pastoral ordinaria, la pastoral familiar y los tribunales eclesiásticos. Como ejemplo de esta compleja experiencia puedo citar la labor que se viene desarrollando desde Cáritas, que en lo que se refiere a análisis, discernimientos y estrategias de acción, deja patente la centralidad de la realidad familiar”.
Relación entre vida consagrada y vida familiar
Por último, el profesor quiso poner en relación la vida consagrada y la vida familiar, advirtiendo que lo que cabe esperar de esta unión sea mayor esfuerzo y creatividad misionera, sin perder de vista la importancia mayor de dos dimensiones muy enraizadas en la condición de vida de los consagrados: “la comunidad y su testimonio del propio estilo de vida, que es la primera misión de los consagrados”, y en segundo término, “el estudio, por lo que respecta a la necesidad de implementar la formación y de adquirir la debida competencia sobre los temas que afectan a la situación de la familia”. “Por decirlo lo más claro posible: el servicio que hoy reclama la institución familiar no puede prescindir de la entrega generosa, pero solo con la entrega y la buena voluntad no es posible afrontar con provecho la complejidad de las situaciones actuales. A diferencia de otras épocas, en las que podría considerarse suficiente recurrir a lo que solemos llamar “sabiduría del Evangelio”, fruto más bien de la experiencia y de una visión espiritual de la realidad, en la actualidad esa sabiduría tiene como condición de posibilidad también el conocimiento y la competencia”.