“Mi conferencia de hoy quiere dedicarse a uno de los aspectos más centrales del documento: la Comunión”. De esta manera comenzó el misionero claretiano Carlos García Andrade la quinta conferencia que el Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid lleva dedicando semanalmente a la Exhortación Apostólica Vita Consecrata, a los 25 años de su publicación. Así, dentro del programa ‘Los jueves del ITVR’, el profesor del Instituto de Teología de la Vida Consagrada ‘Claretianum’ en Roma, continuó subrayando uno de los mayores hallazgos del documento, “establecer como principio, fuente originaria y meta de la comunión cristiana la participación de los creyentes en la vida de la Trinidad”. “¿Quién se habría atrevido a intentar iluminar las relaciones interhumanas a la luz de las relaciones trinitarias? No creo poder imaginarlo. Pero no se trata de una propuesta absurda ni sin fundamento”.
Así, en su conferencia, el profesor, doctor en teología dogmática por la Pontificia Universidad Lateranense, hizo un breve repaso histórico para acercarnos a las raíces de la comunión, “que no es otra que la presencia del Resucitado en medio de los fieles”. Dio cuenta de diversas experiencias en los inicios de la fundación de diversas familias de consagrados, aunque a renglón seguido, lamentó que “para finales del siglo IV-V, en parte por el progresivo asentarse de la estructura jerárquica eclesial, y en parte, por haberse convertido en religión oficial del Imperio, la Iglesia abandonara progresivamente el sistema de organización por comunidades y adoptara la organización por diócesis”. En el transcurrir de los siglos, prosiguió el claretiano, “el corte fue total”, y se perdió la intuición espiritual “que animaba lo mejor de la herencia hebrea (la Alianza con Dios) y lo mejor de la tradición cristiana (llamados a participar en la vida de la Trinidad)”.
De tal modo, continuando con esta explicación histórica, García Andrade quiso poner de relieve “la crisis tras el Vaticano II, que concierne directamente a la dimensión comunitaria de la fe”. “Cuando parecían darse todas las condiciones para el triunfo de la idea comunitaria, llegó el abandono de miles de religiosos y religiosas y bloqueó todas las expectativas”. Y es que, para el experto profesor, “no se habían desarrollado aún ni la teología que sostiene la verdadera idea de comunión, ni existía la espiritualidad de comunión, que san Juan Pablo II lanzará en el 2001; ni siquiera había mucha comunión vivida en las Nuevas comunidades y los Movimientos”. “Por este motivo, no es de extrañar que los que recibieron la idea del Concilio se quedasen un poco desconcertados ante la propuesta”.
“La comunión cristiana necesita recuperar su dimensión espiritual, su valor cultural, su raíz trinitaria, su base bíblica y su fuente teológica para poder ser evaluada a fondo” continuó el claretiano. “Y el caso es que hoy gozamos de muchas herramientas para intentar ofrecer la peculiaridad de la comunión cristiana”, enunció aludiendo al significado que puede tener esta recuperación en la Comunión para el presente y sus desafíos. “La secularización, la reducción de la religión a lo privado, y la pérdida de credibilidad que están generando los abusos sexuales exigen encontrar otra credibilidad a nuestra presencia y misión e incluso tratar de dar forma a una nueva presencia institucional de la fe en la sociedad”. Y no sólo por ello. También “en la nueva situación, sin apoyo social, estamos encontrando una especial dificultad para suscitar el encuentro personal con el Señor no sólo de los fieles sino también de los que se inician a la fe. Los medios tradicionales de acceso a Dios, oración y sacramentos son difíciles, requieren tiempo y una tradición que se está deshaciendo entre nuestros dedos. Y si una catequesis ya no permite el encuentro personal con el Señor, porque, entre otras cosas, la sociedad no ofrece ya apoyo alguno a una propuesta de este tipo, ¿para qué sirve?” “La suma de estos datos parece sugerir que la comunión sólo puede dar una respuesta adaptada si recupera el modelo trinitario inicial”, animó.
“Lo que vuelve decisiva iluminar así la comunión cristiana es porque hace comprender que el objetivo de tal comunión no es simplemente alcanzar una bella fraternidad, o una colaboración apostólica más eficaz en el interior de la Iglesia, ni siquiera manifestar la belleza con una armonía ejemplar. El objetivo de la comunión es mucho más importante: es merecer la presencia del señor Resucitado vivo entre los suyos. Aquella presencia prometida vivida por los apóstoles”, explicó el profesor. Así, “la presencia del Resucitado significa la gran novedad, el ‘salto evolutivo decisivo’ sin precedentes, fruto de vivir el amor recíproco según el modelo trinitario. Así la comunidad se convierte en un ‘lugar teologal’ para el encuentro con Dios, y esto transforma el significado de la comunidad: es llamada a ser una mediación del encuentro con Dios con el mismo valor que la oración o los sacramentos”. Pero “así como la presencia del Señor entre sus discípulos no es un mecanismo automático, sino que depende de que vivamos el amor recíproco, la comunión en la que debemos participar es la que nace entre el Dios que está en mí, y el Dios que está en mi hermano, es decir, en reciprocidad en el amor”.
“Esta finalidad de la comunión cambia decisivamente le papel de los hermanos en la fe. El hermano no es sólo el destinatario de nuestro amor, o el que nos acompaña, sino su necesario participante”, exhortó García Andrade. “Por eso es preciso insistir en que la presencia del Señor en la comunidad es distinta de la presencia de Cristo en mi corazón, por la misma razón por la que no puedo vivir la comunión conmigo mismo”, prosiguió en línea con Vita Consecrata cuando dice en uno de sus números “entre sus discípulos no hay unidad verdadera sin este amor recíproco incondicional”.
Por último, el misionero quiso detenerse en los impedimentos para la Comunión entre los seres humanos, “que aparte de nuestros límites y pecados son las concepciones erróneas sobre la comunión”. El primero de ellos fue anunciado por García Andrade como ‘Identidad como don’, y lo explicó concibiendo “el Ser como donación recíproca que conduce a una identidad relacional, para así llegar a la vía de la plenitud. No la búsqueda obsesiva de afirmar el propio Yo”. El segundo punto, ‘Igualdad como comunión’, advertía sobre la urgencia de “no aplicar a las personas un criterio de igualdad que usamos para las cosas”, “el error sería total”. En tercer lugar, ‘El misterio Pascual’, pues “si nosotros estamos llamados a continuar la obra de Cristo, necesitamos de ese amor que está dispuesto a despojarse, a abrazar el negativo, para que el amor recíproco se abra camino”. “Y es de la Trinidad de donde emana la luz para un estilo semejante de vida”. A ojos del profesor, el cuarto punto podría circunscribirse a ‘La centralidad de la reciprocidad’, pues “cuando no existe el amor recíproco, el Espíritu Santo desaparece”. Finalmente, ‘la respuesta a la gran objeción’: “Cuando se intenta conectar vida humana y divina, la gran pega que emerge es la distancia infinita”. “Ya sabemos que no tenemos las fuerzas para amar con la medida que Jesús nos amó, y Dios también lo sabe, pero el Espíritu que habita en cada uno de nosotros sí es capaz. La unidad es obra de Dios en nosotros, no obra nuestra”, finalizó.