Afianzar la vocación: es el título del XVIII Encuentro de Juniores/as organizado por la Escuela Regina Apostolorum y celebrado los días 2-4 de marzo en la sede del Instituto Teológico de Vida Religiosa y de dicha Escuela. El centenar y medio de participantes escuchó, reflexionó, dialogó y oró en torno a este argumento esencial.
El viernes contamos con la intervención de Nurya Martínez-Gayol, aci, que abrió el Encuentro con una exposición sobre la vocación como una razón de vivir (y más que una razón de vivir, pues somos vocación: esta configura nuestra identidad). Partió de unas consideraciones antropológicas, señalando la experiencia radical de ternura como fundamento para la confianza básica y la proporción directa entre ternura y vinculación fuerte con las figuras paternas, por un lado, e independización, por el otro.
En el plano teológico, señaló que somos llamados por un Dios paterno-materno (Os 11,1-4), llamada que funda nuestra identidad. Dios llama a cada uno por su nombre: la vocación personal es el nudo de toda mi existencia vocacional, núcleo último que unifica la vocación humana, la de mujer/varón, la cristiana y la carismática.
La vocación consagrada consiste en elegir aquello para lo que somos elegidos. Reclama la vida entera. Su configuración específica es la expropiación por Cristo, es dejarle hacer. Se trata de vivir en Cristo, el modelo de la disponibilidad, de hacer de su disponibilidad el espacio que hace posible la nuestra. En el fondo, hay un único voto: «nadie más que tú», «no mi voluntad, sino la tuya».
La misión en disponibilidad implica la obediencia, como participación en la libertad de Dios, ser instrumentos al servicio del Señor. Ante la llamada-misión, surgen el miedo y la objeción, basada en la conciencia de la propia incapacidad (Jer 1,5). La raíz es la desproporción ante una realidad que el hombre siente que no le pertenece y con la que ha de entrar en relación; pero justamente así es como el don podrá ser siempre don y la misión será siempre misión de Dios y no del llamado.
La identidad recibida en la vocación es dinámica, está en construcción. Pide la disponibilidad abierta a elegir lo que Dios va eligiendo para mí; no es, pues, un acontecimiento puntual.
En el diálogo sostenido tras el trabajo por grupos se insistió en el discernimiento, en percibir el guiño de Dios en la situación concreta en que vives, preguntar qué factores no te dejan crecer. Se requiere confianza: no lo sabemos todo de antemano. Pase lo que pase, hay unas manos que nos sostienen; además, Dios se ajusta a las vicisitudes de la vida, siempre tiene un plan B.
La mañana del sábado nos acompañó Consuelo Ferrús, rmi, y nos ofreció claves y recursos para la perseverancia (más radicalmente, para la fidelidad). También ella dio relieve a ese núcleo o corriente que es la vocación personal. Manejó varias imágenes que visibilizan procesos vitales y creativos; entre ellas la del crecimiento de la planta desde dentro, estando bien enraizada, y la de la construcción sobre roca.
Desplegó el significado de una serie de conceptos: perseverancia, permanencia, fidelidad, consistencia. Para el de permanencia se apoyó en el uso joánico del verbo «permanecer» y en la imagen de la vid y los sarmientos: como Jesús había echado raíces en el Padre, así los discípulos en su relación con Jesús. Para el de fidelidad, en Is 7,9, traducido así: «Si no os atrevéis a apoyaros en mí, nunca podréis experimentar que sois sostenidos» (trad. de D. Aleixandre). Jesús es el amén de Dios en que me puedo apoyar. La fidelidad tiene otro nombre: consistencia. Esta significa la trabazón entre los elementos de una masa; traspuesta al orden humano y vocacional, la ponente la presentó como la armonía entre necesidades e ideales. La consistencia permite ir creciendo en la fidelidad a la vocación recibida, integrando desde la libertad necesidades y valores y viviendo en coherencia la responsabilidad y los compromisos ante Dios y la Iglesia.
Propuso varias claves para una fidelidad creativa: la fe, la verdad, la trasparencia, la determinada determinación. En cuanto a los recursos, sugirió: a) la vocación personal, plasmada en una consigna visualizada o representada mentalmente, a la que se vuelve en la oración y en los momentos de crisis; b) el proyecto personal, con las buenas mediaciones entre necesidades e ideales; c) la espiritualidad encarnada: lectura creyente de la realidad, lectio divina, oración afectiva, sacramentos creativos, meditación; d) la fraternidad misionera, vivida como don y tarea; e) el acompañamiento.
En el diálogo posterior a los trabajos en grupo ofreció su reflexión sobre los conflictos generacionales, en los que importa que haya una negociación entre ambas partes; sobre la oración vivida como relación afectiva, como consulta o pregunta a Dios, como la súplica a Dios pidiéndole «¡Actúa!»; sobre la función del acompañamiento. Breves relatos, así como testimonios autobiográficos, jalonaron la exposición.
Por la tarde, fue Ricardo de Luis Carballada, o.p., quien abordó el asunto de las crisis vocacionales y su superación. Propuso situarnos con una actitud normalizada ante las crisis. Aparece una situación nueva, a veces imprevisible, y tiene lugar una sacudida de determinados valores, ya no sirven ciertos criterios, se requiere una imagen más adecuada de Dios y de la relación con Dios. La actitud inicial ante ella no es la de la culpabilización, ni la de la angustia, sino la de la paciencia activa. Remitió a la historia de Agar: expulsada al desierto por Abraham, deja a su hijo, se retira para no verlo morir y grita a Dios. En una situación sin salida, Dios irrumpe y abre una nueva posibilidad.
El esquema básico de las crisis vocacionales consiste en el conflicto entre idealidad y realidad. La identidad personal consta de dos polos: el yo ideal y el yo real. La madurez implica la integración de los dos polos.
El ponente desarrolló una tipología de las crisis vocacionales: un total de once crisis, desde la crisis de la ruptura hasta la crisis de sentido, pasando por otras, como la comunitaria, la de la soledad o la apostólica. Hizo un breve esbozo de cada una.
Para la salida de la crisis se precisa intensificar la confianza en Dios: su llamada es la que sostiene y apoya el proceso vocacional personal. La crisis es algo serio y, para vivirla como oportunidad y camino de crecimiento y maduración, importa buscar ayuda, dialogar, dejarse acompañar. En esta ocasión, remitió a otro ejemplo del Antiguo Testamento: el de la viuda de Sarepta. Cuando se te han acabado las fuerzas, los recursos, no te encierres. Da. Dios te ha llamado y te promete el futuro.
El domingo escuchamos un relato fresco y sapiencial de la hermana Rosalía Gómez, misionera de Santo Domingo, de 84 años, que ha vivido y trabajado bastantes años en Japón. Ilustró de modo narrativo y muy plástico cómo Dios no hace nada inútil y transforma lo más negativo en positivo. Necesitamos respirar a Dios, si queremos ser fieles.
Señaló el origen de su llamada evocando la tristeza de Jesús en Cafarnaún, cuando la gente lo busca porque le ha dado de comer y cuando un grupo de discípulos lo abandona. Pedro, ante la pregunta del Señor, responderá: «¿A quién iremos? Tú solo tienes palabras de vida eterna». Esta confesión de Pedro es la que el Señor fue servido que se le imprimiera en lo hondo de su ser a Rosalía. Habló de algunas crisis y búsquedas personales. Entiende la crisis como una llamada al crecimiento: lo que has vivido hasta ahora ya no vale. Hay que pensar en otro camino que nos haga crecer. Ella se sentía casera y con vocación benedictina, pero entró en una congregación misionera; odiaba las lenguas, y ha tenido que aprender lenguas como el japonés.
Registramos alguna de sus sentencias: «El hombre no crece de repente». «La caridad bien entendida comienza por uno mismo», traducida así: yo me preparo para servir mejor a los demás. La oración es muy importante, aunque te duermas ante el Señor: «donde mejor descansan los perros es a los pies de su amo». Puede haber tormentas en la superficie, pero, en la profundidad del mar hay gran calma: en el fondo de nuestro ser está Dios y lo señorea su calma. Una palabra de la Escritura significativa para ella: «Yo te enseñaré el camino que vas a seguir, porque mis caminos están en ti (me ocuparé de ti constantemente)».
La oración nos acompañó al comienzo de cada sesión, y especialmente en la celebración de las I Vísperas del Domingo III de Cuaresma y en la misa de la mañana del día 4.