El Director del Instituto Teológico de Vida Religiosa intervino antes de la conclusión de la 40 Semana, ofreciendo una síntesis de todo lo reflexionado durante esta intensa semana. Estas fueron sus palabras y la síntesis en siete puntos.
Estimadas hermanas y hermanos. Hemos llegado a la Conclusión de esta 40 Semana. Son muchas las acciones de gracias que en este momento deberíamos recolectar para unirlas a la celebración eucarística, en la cual nuestro Señor Jesús concluirá esta Semana. Acción de gracias a nuestros magníficos Ponentes, a quienes han moderado estas sesiones, a quienes han estado implicados en tantos servicios auxiliares, a quienes han contribuido a el desarrollo de este evento en su dimensión intelectual, práctica y espiritual. Acción de gracias a todos ustedes, representantes de tanta vida consagrada esparcida por todo el mundo, que por 40 vez han depositado su confianza en este servicio cualificado que el ITVR quiere ofrecerles. Que nuestro Dios sea bendito por haberse manifestado una vez más en medio de nosotros.
De esta Semana podemos llevarnos con nosotros ideas, sentimientos, deseo de cambio, y sobre todo, un anhelo de no desaprovechar la Presencia del Misterio que se aproxima a nosotros y nos pide entrar en Alianza con Él. Quisiera expresar en varios puntos, lo que podría sintetizar el recorrido de esta 40 Semana.
- En la vida consagrada nos encontramos en un momento de re-definición institucional. Pero más que nunca sentimos la necesidad de descubrir, avivar y mejorar en nosotros la experiencia mística, sin la cual no somos nadie.
- La experiencia “mística” no es el resultado de nuestros esfuerzos y nuestras búsquedas. Es más bien, la toma de conciencia del Misterio santo en el que estamos “engolfados” y, la docilidad al Espíritu que a pesar de nuestros vacíos y limitaciones nos activa y para vivir de forma alternativa y llevar adelante la misión del Reino de Dios.
- La experiencia “mística” se da en formas y lugares diferentes: mística contemplativa, mística de caridad, mística de la cotidianidad, mística de la misión, mística de los ojos abiertos, mística de la belleza, mística del sufrimiento, mística del martirio. Sólo la mística –en sus diversas formas y lenguajes- es el antídoto ante la muerte del espíritu, ante la injusticia que genera tanta exclusión, ante la violencia que atenta y mata: ella convierte las personas, re-convierte las estructuras, introduce el mundo nuevo.
- Dentro del fenómeno místico que de tantos modos seduce o invade al ser humano, nosotros somos herederos de la mística bíblica y, en especial, de la mística de la nueva Alianza en Jesús. La experiencia mística cristiana nos lleva más allá de una sacralización que segrega. Acontece como encuentro con “lo santo”, que se nos ofrece como presencia y ausencia, como Palabra y Silencio, como interioridad y exterioridad. Es la experiencia mística de Elías en sonido del silencio, el anhelo del orante en el salmo 42-43, el pasmo del sabio ante la creación en el libro del Ben Sirac. Sobre todo, nuestra herencia mística proviene de Jesús: la mística de Nazaret (o de la humanización de Dios), y la mística del sábado santo, que hace culminar el Misterio y la Misión de Jesús, siempre movido por el Espíritu y por Él solidarizado con toda la humanidad.
- Nuestra vida religiosa enfermará irremediablemente si no vuelve a sus raíces místicas y proféticas, si no recupera su rostro jesuánico, arriesgándose como Jesús por los hermanos y hermanas más vulnerables, entregándose sin reseras al hacer de Jesús y si no resurge desde los márgenes hacia los que el Espíritu la lleva y no se arriesga en las “exageraciones insoportables” del Evangelio: “menos cordura y más locura”. La mística de la misión es la mística de un despertar desde nuestros sueños y nuestros mundos de fantasmas a este mundo desfigurado y destrozado - pero criado y amado por Dios. Las nuevas generaciones nos emiten las señales sorprendentes de un cambio de época, de un cambio de paradigma. El Espíritu utiliza tal vez nuestros lenguajes, nuevas experiencias, nuevos “cómos”, nuevos espacios místicos que tal vez a nosotros nos resultan ajenos. Solo la sabiduría mística nos llevará a discernir dónde el Espíritu hoy actúa y hacia dónde nos lleva.
- La experiencia mística se expresa y culmina en la experiencia litúrgica, simbólica, sacramental. En ella se celebra la Alianza de amor sin vuelta atrás de Dios con la humanidad y el cosmos. La celebración es el lugar privilegiado de nuestra experiencia comunitaria y mística del Dios uno y trino. La ritualidad sacramental preserva a la experiencia mística de la ilusión esotérica, del idealismo, del olvido de la historia, de la magia.
- Para vivir en clave mística suplicamos a Dios con el salmista: “Indícame el camino que he de seguir” (Sal 142,8); necesitamos saber a dónde vamos y por dónde llegar, dado que “sus caminos no son nuestros caminos” (Is 55,8). Los místicos nos han propuesto “el camino de Perfección” (Santa Teresa), “la Subida al Monte Carmelo” (san Juan de la Cruz). Queremos descubrir cuál es hoy nuestro camino, el itinerario espiritual de cada instituto, de cada comunidad, de cada persona. Para no perdernos, ni estancarnos, esperamos que Jesús –el pionero de nuestra fe- y un viento fuerte (el Espíritu) nos lleven a nuestro lugar.
Este es, para mí, el resumen de esta 40 Semana. Este puede ser el panorama que el título “ser mujeres y hombres de Dios” condensa. No hay ningún motivo para la desesperanza. Aunque estemos en el sábado santo, ya se escuchan los rumores de la Resurrección. María llega a casa, a nuestra casa de discípulas y discípulos amados de Jesús. En casa no lo echará en falta: aquí se encontrará con la Palabra, con los Sacramentos de su Hijo, con el cuerpo extendido de su Hijo que somos nosotros, con el permanente aliento del Espíritu. Y ella se convertirá en nuestra “maestra de la experiencia mística” y nos explicará de un modo nuevo qué significa hoy para la vida consagrada re-escribir un nuevo “Cantar de los Cantares”.