“La voluntad de vivir es una voluntad primordial en el ser humano, sin embargo, la persona no quiere vivir sin más, y busca incesantemente el sentido de la vida”. Con esta fuerte interpelación comenzó su ponencia el misionero Anthony Igbokwe, miembro del gobierno de los claretianos de su provincia, la de Santiago, donde se desarrolla el Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid (ITVR). “Los consagrados no estamos exentos de esta búsqueda del sentido”, completó a renglón seguido el profesor del ITVR.
Así, con esta breve introducción, el conferenciante pasó a entrar en harina, enmarcando el tema principal de su alocución bajo el título ‘La vida consagrada, un camino de utopía evangélica de plenitud’. Y lo hizo con una certera pregunta, formulada en el siguiente interrogante: “¿qué justifica la opción por un estilo de vida caracterizada por tres votos que no sólo desafían la posibilidad humana de cumplirlos, sino que, a primera vista, parecen recortar las posibilidades del desarrollo humano cuando no impedirlo totalmente?”
“Si este género de vida es camino de utopía es porque es, en primer lugar, camino de desarrollo o realización humana”, explicó en un primer momento. Pero yendo más al fondo, “puesto que se trata de la vida consagrada como camino de utopía evangélica de plenitud he de considerar a nuestra particular forma de vida desde su ideal evangélico”, expuso en la mañana de hoy, tercera de esta Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada.
La vida consagrada posibilita la realización de la persona
“La vida consagrada debe posibilitar la realización humana de los que acogen este camino vocacional”, advirtió el misionero. Dicho con otras palabras, “los que asumen el camino vocacional de la vida consagrada entienden y ven que constituye su forma humana de dar sentido a su vida y al mundo”.
“El seguimiento e imitación de Jesús orienta el camino de la vida consagrada”, proseguía el experto, y de ahí infirió que “vivir como Cristo, imitar su vida, favorece la realización humana de la persona”, pero “algunas antropologías de moda en nuestra sociedad proponen una comprensión de la realización humana y de la felicidad que dista abismalmente del género de vida de Jesús”. Pese a ello, para Igbokwe, “la vida consagrada no es camino de masoquismo o de negación de la persona. Al contrario, los votos favorecen el desarrollo verdadero de la persona según los cánones que encontramos en la vida de Jesús”.
La plenitud de vida es el fin de la realización personal
“La persona consagrada no se contenta con la simple realización de sus potencialidades humanas, pues el seguimiento e imitación radical de Cristo sitúa al consagrado en la dinámica de la utopía evangélica cuyo culmen es el reino definitivo de Dios”, explicaba el religioso. “La vida consagrada asume y acoge de manera radical el fin último de la vida humana: la unión con Dios”. Y lo hace, al mismo tiempo “testimoniando, con su género de vida y las renuncias que comporta, que esta meta definitiva de la vida no depende principalmente del esfuerzo humano, sino de Dios mismo”
Como Abraham
“El creyente es como Abraham, pues espera contra toda esperanza, aguarda con confianza lo naturalmente imposible, aguarda el cumplimiento de esa plenitud de vida que se nos presenta como utópico por parecer hallarse en ningún lugar”, enunció bellamente el P. Igbokwe, desarrollando la utopía evangélica. “Movidos y sostenidos por el Espíritu de Dios, el bien utópico, situado fuera de nuestro alcance, se convierte en una meta que guía nuestro caminar en esta vida convirtiéndose así en una realidad alcanzable por la gracia de Dios”. “Debemos permitir que la utopía sea la realidad más sólida de la vida consagrada”.
Levantar la vista
“La vida consagrada por estar impregnada de la utopía evangélica ayuda al mundo a levantar la vista para ver la realidad no sólo por lo que es, sino también por lo que está llamada a ser”, concluyó Igbokwe.