La vida religiosa no ha de buscarse y se encontrarse entre las voces de “los escépticos, los pesimistas y los pregoneros de lamentaciones, sino en “el estallido de la Resurrección”. De esta forma, con estas palabras cargada de fuerza, comenzó la conferencia de Liliana Franco, ODN, religiosa al frente de la CLAR. “Dios Resucitado acontece como el relato creíble, como la Palabra que puede poblar a la vida religiosa de esperanza”. “Él es la razón de la esperanza y no deja de ofrecernos un despliegue continuo de posibilidades”.
La profecía de lo comunitario
Seguidamente, la conferenciante comenzó a abordar el grueso de su charla, desgranando el título que desde la “osada esperanza”, propone ‘la profecía de lo comunitario’. Para ello, lo primero fue posar la mirada en el mundo actual, y así Franco advertía que “para Bauman esta es una sociedad líquida, Lipovetsky, por su parte, la ha llamado porosa; Mardones, fragmentada; y finalmente, Yun Chul Han ha dicho que es la sociedad del cansancio”. “Nosotros también podemos ponerle mil calificativos a esta sociedad compleja, pero lo cierto es que es la nuestra y en ella nos corresponde vivir”, definió la religiosa colombiana. De ahí que “este mundo nos urge a renovar todos los días nuestro sí”, animó.
“Lo nuestro es peregrinar”, advertía Franco a la vida consagrada. “Al interior sin tregua, y al exterior sin excusa”, continuaba. Por ello, “en esos rincones geográficos y existenciales en los que desarrollamos nuestra misión estamos llamados a ser artesanos de la escucha”. Sabiendo que “no es tarea fácil, pues no se trata sólo de percibir fonemas y sonidos”. Antes bien, “la escucha le supondrá a la vida religiosa desentrañar cómo trabaja Dios, qué espera, cómo y dónde quiere a los consagrados, desde que lógicas y criterios espera nuestras respuestas y compromisos”. Para la presidenta de la CLAR, “hoy, ejercitarnos en la artesanía de la escucha nos conduce al origen, es decir, a la sinodalidad”
¿Desde dónde escuchar?
“Una vida religiosa habitada por la esperanza, configurada por la esperanza, es la que se sitúa en el lugar de la humildad y desde allí escucha”. “La escucha cobra gran importancia donde se busque privilegiar aquello que nos humaniza”, que a juicio de la conferenciante ha de hallarse en la “creación de ecosistemas comunitarios sanos”. “Es cuestión de amor, por eso es necesaria una auténtica escucha que configure y evidencie el modo de ser humanos, de ser creyentes, de construir lo comunitario”, abundó.
Conversión y reforma
Para Franco, “escuchar es el imperativo, la condición para que pueda, en la Iglesia y en la vida religiosa, acontecer un auténtico proceso de conversión y reforma”. “Tendremos que pedir la gracia de convertir el corazón y generar dinámicas relacionales en las que la voz de todos pueda resonar en su peculiaridad, en su belleza y con la fuerza suficiente para generar reflexión y acción que movilice al cambio”, asumió.
La Trinidad, nuestro espejo
“La Trinidad es comunidad de amor ante la cual no caben relaciones utilitaristas, mediatizadas por el miedo, provistas de intereses mezquinos”, definió la religiosa. “Una vida significativa para el mundo de hoy es la que evidencia la calidez del amor”, sin embargo, “en la raíz de la crisis que la Iglesia está atravesando se evidencia un modo de relacionarnos que ha estado alejado del querer de Dios”, lamentó la profesora. “Nos hemos acostumbrado a convivir en medio de relaciones rígidas y autoritarias, estilos clericales y fundamentalismos excluyentes, afectos invasivos y aislamientos dolorosos”. “Hay que purificar las relaciones”, exhortó.
Volver a lo original del Evangelio
“El hoy de nuestra Iglesia nos exige ejercitarnos en la profecía de lo comunitario, caminar con consciencia de que somos pueblo de Dios y con osadía situarnos humildemente, desenmascarando las marañas del poder que deshumanizan. Se trata de volver a lo original del Evangelio y optar por el amor que dignifica”.
De tal modo, frente a tantas amenazas que rodean a la vida consagrada, la conferenciante recalcó que “nuestra labor pasa por acoger, agradecer y disfrutar del don de la comunión”. “La vida comunitaria, fraterna y apostólica, como consejo integral, es el máximo testimonio y un apostolado en sí misma”, desarrolló. “La necesaria conversión a la que estamos llamados requiere que nos hagamos expertos en la mística del encuentro”.