(fuente:claretianos.es)
“¿Se puede seguir hablando de la imitación de Cristo?”, planteó el profesor claretiano Anthony Igbokwe en la última conferencia del ciclo ‘Los Jueves del ITVR’. Para abordar este interrogante, el ponente tuvo una honda exposición en la tarde del jueves 3 de noviembre. La argumentación de su respuesta echó mano no solo de su saber teológico, sino también de otros estudios sobre la imitación en otras disciplinas, sobre todo, de filosofía y psicología.,
Así, para el religioso, doctor en teología por la Universidad de Friburgo (Suiza), “en la vocación a la vida consagrada está siempre la persona de Jesús como el modelo absoluto que atrae”. Y más concretamente “la imitación de Cristo es siempre una respuesta a la atracción y la fascinación que suscita él; sus palabras, sus relaciones, sus gestos resultan sobre todo deseables”. Es decir, “en Cristo no hay ninguna manipulación de nuestros deseos como sucede a menudo con los modelos que nos presentan la sociedad”.
De tal modo, en la imitación a Cristo se rompe con la estructura triangular del deseo “compuesta por sujeto que desea, objeto deseado y mediador -modelo- del deseo”, pues “es Dios mismo quien suscita en el ser humano este deseo puro de sentido y plenitud”. Por tanto, ahondando en su explicación, el P. Igbokwe añadió que “la imitación de Cristo es un proceso radicalmente transformador que reorienta y en ocasiones sustituye los deseos y preferencias del creyente para posibilitar la plenitud de vida que desea”. Así, “Cristo es el modelo a imitar para conseguir la plenitud a la que aspira todo ser humano e imitarle es dejar que él se convierta en nuestro mediador de deseo para entonces poder desear a través de Él”.
“Desear a través de Jesús es desear lo que desea él, desear según su medida, de modo que todos nuestros deseos puedan ser medios para alcanzar el deseo más profundo de nuestro corazón”, o lo que es lo mismo, “la unión definitiva con Dios”.
“Entrar en las perspectivas del modelo de Jesús abre un espacio a experiencias únicas que se concretan de forma única desde la libertad personal”, añadía el experto. “Por eso, cabe expresar la imitación de Cristo en pasiva: dejarse seducir por Jesucristo”, “¿Y qué es la vida consagrada sino eso?”, formuló en un inciso.
“Para los imitadores de Cristo, Él se convierte en el tercer vértice del triángulo del deseo, el que como mediador no solo ilumina nuestros objetos de deseo, sino que designa la conducta que debería realizarse para alcanzar la meta de los anhelos mediando así el deseo del ser humano de alcanzar a Dios”, abundó.
“El imitador de Cristo encuentra en Él su propio ser y su destino, ya realizados de manera plena, y esto genera una admiración de Cristo como modelo de vida que le lleva a la identificación con Él”. Pero para que esta identificación, y el efecto transformador que conlleva, pueda sernos dada “la relación entre Cristo y el cristiano ha de formarse en el amor”. “Pues el que imita a Cristo es atraído, no solo por la ejemplaridad de la vida de Cristo, no solo por el modelo ético que supone, sino sobre todo por la fuerza de su amor”.
Por tanto, ¿imitación de Cristo o seguimiento de Jesús? Para el religioso, prefecto de espiritualidad y formación de su provincia claretiana “no hay que contraponer el seguimiento y la imitación como hacen algunos”. “La imitación es intrínseca al seguimiento, pues solo se puede imitar al Señor si se le sigue, y todo verdadero seguimiento es a la vez imitación”. Así, “los seguidores que se han convertido en imagen de Jesucristo encarnado, crucificado y resucitado son a la vez verdaderos imitadores”.