“Nuestra esperanza o está enraizada en la entrañable misericordia de Dios o es esperanza vana”, comenzó afirmando Antonio Sánchez Orantos, religioso claretiano y profesor en distintos centros universitarios en la primera de las conferencias de la tarde de hoy. “Y quizá sea este el gran pecado contra la esperanza: centrarnos más en las posibilidades de nuestros proyectos que en el Dios que mantiene nuestra peregrinación, nuestro caminar hacia las metas a las que estamos llamados”, continuaba el misionero.
Así, desde esta primera convicción y bajo el título ‘Somos seres que viven en la esperanza’, el recientemente nombrado director de la revista ‘Diálogo Filosófico’ inició su conferencia ofreciendo su propia visión del ser humano cuando éste entra en relación con la esperanza.
Para Sánchez Orantos “es fácil caer en la desesperanza cuando no encontramos aquello que responda al deseo más íntimo de nuestro corazón”. O, dicho de otra manera, “cuando no aceptamos nuestra propia condición de estar traspasados por el infinito”, explicó el experto parafraseando a Pascal. “Solo la esperanza que confía en un cumplimiento que colme nuestro corazón nos permitirá ser verdaderos hombres y mujeres de paz”, aseveró el profesor.
“Si se acepta lo anterior, -proseguía el misionero- debe concluirse que la vida humana se define no por lo conseguido, que nunca satisface, sino por lo que se espera”. “Y el deseo de lo que queremos llegar a ser habita en lo más profundo de nuestro corazón”. Por eso, “la esperanza nos llama a la disponibilidad para la escucha de nuestro propio interior”, razonaba el filósofo. La conclusión, por tanto, se impone sin remedio: “Hombres y mujeres sin esperanza son hombres y mujeres que han dejado de trabajar escuchando sus inquietudes radicales: la plenitud de su vida”, subrayó Sánchez Orantos. “Y quizá en la Iglesia hay mucha falta de esperanza”.
Corazón deseante
“La dinámica de la necesidad, si es respondida adecuadamente, culmina en la satisfacción, y si también respondiéramos adecuadamente a la dinámica del deseo, hallaríamos siempre deseo de más”, explicaba el religioso. “Mi experiencia más radical es que en la vida consagrada hay mucho deseo de más”.
“Cuando estudio la historia de la vida consagrada, cuando escucho a hombres y mujeres que están entregando su vida, cuando confieso a nuestros ancianos y todavía confiesan que no han llegado… Entonces me dio cuenta de que nuestra insatisfacción viene del Buen Espíritu, pues es ‘deseo de más’ impulsando nuestros proyectos de renovación”, argumentó Sánchez Orantos.
Ya recapitulando, el conferenciante enumeró cómo “todo lo hablado nos susurra que la esperanza remite no solo a la belleza de un final feliz, sino a al duro y sacrificado caminar diario”. “Y necesitamos la palabra de ánimo, la caricia llena de ternura, el apoyo fraterno para seguir caminando, para seguir deseando más”, reconoció. “si no nos queremos más, el dinamismo que impone la verdadera esperanza será insoportable”, zanjaba.
Y, por eso, “porque nos tenemos que querer más, la esperanza exige el diálogo interpersonal”. “El diálogo siempre abre sueños”. “Si no hablamos de esperanza, si no la compartimos razonablemente en nuestro hablar, corre el riesgo de perderse por invisibilidad”. Dicho en pocas palabras: “La esperanza solo es posible en la paciencia que exige el verdadero amor”