Gracias al coloquio de esta tarde pudimos asomarnos una nuevas ventanas de la vida consagrada.
Si en el coloquio de ayer pasamos por América, dando voz a consagradas de Colombia, Nicaragua y Estados Unidos, en el de hoy nos instalamos en Europa. Desde Granada a Roma pasando por París, pudimos oír las intervenciones de las hermanas Margarita Saldaña y Teresa Rodríguez Arena y del sacerdote Lucio Arnaiz, todos dentro de un panel que llevaba por título ‘Estáis en el mundo, pero no sois del mundo’.
En primer lugar intervino la Hermana del Sagrado Corazón de Carlos de Foucauld, Margarita Saldaña. Laica Consagrada y periodista, vive en París donde trabaja en una clínica de cuidados paliativos. Y quiso comenzar lanzando algunos interrogantes ¿Por qué no podemos ver lo invisible? ¿por su naturaleza? ¿Y qué condiciones se necesitan para captar la invisibilidad? Con estas formulaciones, Saldaña dio pie al título de su charla ‘La visibilidad de lo invisible’. “La vida consagrada está llamada a adquirir una visibilidad semejante a la del Señor”, expresó. “visibilidad que solo podemos percibir mirando con los ojos de la fe”
Así, si en la conferencia anterior, María José Castejón hablaba de ciertas paradojas, Saldaña también las incluyó en su disertación. “Quizá nosotros mismos nos percibamos con rasgos de invisibilidad”. “Hablamos de la fragilización de la vida de la Iglesia. Cada vez somos menos. Las cifras son negativas. Nuestra vida interesa poco y nuestras formas de presencia han perdido significatividad”. Todo ello tiene la tentación de “sumergirnos en la nostalgia de tiempos pasados”. Pero a ojos de la consagrada “la realidad que vivimos es gran oportunidad para ser cauce de la visibilidad de Cristo mismo a través de la humildad. Cuando constatamos lo poco que somos y lo poco que podemos perder, abriremos nuevos caminos”
Dejarse conducir por el Espíritu
“No tener lugar implica dejarnos conducir por el Espíritu, que desata la libertad a las periferias”. Además, libera de pesadas estructuras para desarrollar la compasión y la conmoción. “Con aquellos a los que la historia va arrinconando en la invisibilidad. Nuestra mirada tiene que verlos, y comprometerse, haciendo con ellos alianza”.
El sentido, para Saldaña, no debe ser otro que “visibilizar el misterio que nos fascina”. “Pero para la vida consagrada secular corren tiempos más propicios al testimonio que a otra cosa”. “Haciéndonos así cómplices del Espíritu nuestra vida transparentará al Resucitado” finalizó.
En el siguiente turno de la tarde tomó la palabra Lucio Arnaiz, sacerdote de la diócesis de Orihuela-Alicante y Responsable de la Asociación de los Sacerdotes del Prado, instituto secular clerical, nacido en Francia a mediados del s. XIX.
Pastores con olor a oveja.
“Me preguntan qué es el olor a oveja. Yo digo que es olor a mundo, a consejos evangélicos y a Iglesia local”. Y desde estas realidades, comenzó hablando de la lectura que la Iglesia hace del mundo. “¡Cuánto nos queda por madurar en este punto!”, advirtió. Para Arnaiz, “el mundo es un espacio salido de las manos de Dios. Un lugar donde Dios nos sorprende y nos llama a su misión”. “Dios nos sorprende y se revela en lo secular, nos sorprende en las periferias del mundo y nos dice ‘descálzate, la tierra que pisas es santa’. Nuestro mundo, efectivamente es habitado por Dios, pero en él el pecado a causado estragos. “Por ello no actuemos como espectadores pasivos. Somos corresponsables de la construcción del mundo según el corazón de Dios”.
Decía Pablo VI a los Instituos Seculares que a estos se les confía ser modelo de arrojo en las nuevas relaciones que la Iglesia quiere encarnar con el mundo y a su servicio. “De esta manera, tenemos que comenzar a comprender la diócesis como un territorio y una historia concreta donde la iglesia toma cuerpo haciéndose particular”, añadió Arnaiz. “Ser cura diocesano me recuerda que soy cura desde la encarnación, con radicalidad, para la interculturalización. Mi ser presbítero subraya la convicción de que la diócesis es sujeto eclesial primordial”, abundó.
Por último, quiso acercarnos los tres puntos clave en torno a los que pivota el Instituto Secular al que pertenece. “Conocer a Jesucristo lo es todo, pues solo el conocimiento y la comunión con Él hace al sacerdote”. En segundo lugar, “Tener el Espíritu de Dios lo es todo, pues en la vida cristiana lo que importa es dejarnos llevar por el Espíritu. Lo más valioso es lo que consentimos que el Espíritu haga en nosotros”. “Hoy, el Espíritu sigue suspirando para engendrar en cada uno de nosotros a Jesús y así convertir la historia de la humanidad, en historia de salvación”. Por último, “evangelizar a los pobres lo es todo. Hay que compartir con ellos el tesoro que es Jesucristo. El signo mesiánico por antonomasia es que los pobres sean evangelizados”, finalizó.
Fraternidad Misionera Verbum Dei
Al término, habló la hermana Teresa Rodríguez, de la Fraternidad Misionera Verbum Dei. La actualmente vicecanciller del arzobispado de Granada quiso hablar de una nueva familia eclesial de vida consagrada basada en la experiencia de comunión, “la que más conozco, la mía”, se refirió. “Somos una familia misionera que concreta y centra su misión específica en la Palabra de Dios”. “La identidad de la Familia Misionera Verbum Dei queda expresada en su mismo nombre: ser familia, profundamente misionera, al servicio del anuncio de la Palabra de Dios”.
La familia reúne en su seno personas o grupos de todo estado de vida, edad, cultura y condición social, que participan en una misma vocación a ser “Verbum Dei”. “A todos nos une la común llamada a identificarnos personal y comunitariamente con Jesús, revelando en nuestra vida el rostro de Dios uno y trino”.
Su finalidad es la vivencia y propagación del Reino de Dios a través de la oración, el testimonio de vida y el ministerio de la Palabra, formando apóstoles de Cristo y generando comunidades evangelizadoras. La familia, con el lema de los primeros discípulos de Jesús: “Nos dedicaremos a la oración y el ministerio de la Palabra” y el espíritu de la primera comunidad cristiana, concreta y centra su misión específica en la Palabra de Dios. “A los que participan en esta común vocación de la familia, les une el mismo ideal y compromiso de aspirar a la perfección de la caridad, propagando por todo el mundo este mismo amor fraterno, núcleo vital del Reino de Dios.
Los elementos específicos que caracterizan la Familia Misionera Verbum Dei son, “la igualdad fundamental en la consagración bautismal que nos hace a todos hijos e hijas de Dios”. En segundo lugar, “una misma espiritualidad contemplativa misionera que surge de la experiencia personal de Dios y de su llamada”. Seguidamente, comparten una “misma finalidad misionera centrada en el servicio de la Palabra de Dios”. Además, el sentir la familia como la propia familia de fe en la Iglesia, hace de esta comunidad una verdadera escuela de vida, de comunión y de amor misionero desde el patrimonio espiritual e histórico de su fundador, el padre Jaime Bonet”.