“El Instituto Secular es el lugar donde viven las personas un constante itinerario de conversión, un ámbito de sanación, y un camino para acoger la salvación que es Jesucristo, de modo que sus miembros puedan ser presencia transformante en medio del mundo”, explicó la profesora
El miércoles 19 de mayo, tercer día de esta Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada, comenzó con una enjundiosa charla de la directora general de las Siervas Seglares de Cristo Sacerdote, María José Castejón Giner, que llevaba por título ‘Secularidad Consagrada’. Su aportación a la reflexión sobre la novedad de esta vocación es siempre sugerente y abre caminos para una reflexión atrayente.
“En nuestra vida experimentamos la paradoja y el misterio. Vivimos la tensión del Reino: ser testigos del misterio de Dios por un lado y la humildad de nuestra presencia en medio del mundo”, comenzó reflexionando sobre la identidad de su consagración como fruto del Espíritu. “Pero la secularidad consagrada desvela y manifiesta que toda la creación está traspasada por la gracia del amor de Dios, que toda la historia está abrazada por su misericordia”. “Y desde nuestra vocación, nos conducimos a la misión de descifrar el mundo, un mundo que aparece ante nuestros ojos con un rostro nuevo a la luz de la redención de Jesucristo”.
Gran novedad
La gran novedad que aportaron los Institutos Seculares fue precisamente su “estructura”, una forma novedosa de vivir los consejos evangélicos por el camino de la secularidad. En ellos se ofrece una forma diferente de expresar el seguimiento a Jesucristo donde el ámbito natural carismático es todo lo secular: el mundo laboral, familiar, social o la política. Una estructura capaz de acoger una gran pluralidad de formas de vida participando en una fraternidad evangélica, con gran sentido de pertenencia aún sin vivir bajo el mismo techo, pero caminando por los mismos cauces. “Esta forma de vivir la consagración nos sitúa como Iglesia en salida, proponiendo y anunciando el evangelio en una gran diversidad de contextos culturales y de destinatarios”, apuntó Giner.
“Para nuestra peculiar forma de vida la formación es fundamental, entendiéndola no como estar bien informados, sino como situarse de forma cristiana en cualquier ambiente o etapa de la vida en que nos encontremos, hasta tal punto que nuestro principio de reacción sea siempre evangélico”.
La pobreza vivida desde la secularidad
Seguidamente, la profesora Castejón Giner pasó a hablar del seguimiento a Jesucristo desde la pobreza. “La pobreza vivida desde la secularidad consagrada es un modo de estar en la vida, una vida liberada y liberadora”. Así, “concretamos nuestra pobreza en la renuncia explícita a los bienes adquiridos legítimamente por medio de nuestro trabajo”. “Expresamos que todos los bienes de la tierra nos son dados para el desarrollo y vida de todos, que nadie tiene derecho a apropiarse de ellos de forma injusta y devastadora para muchas personas y para pueblos enteros que sufren la desnutrición y la amenaza de la muerte por la pobreza extrema” razonó. “Esta forma de vida se hace explícita en el seno de la fraternidad institucional porque es en ella donde cada uno de los miembros pone en común lo que tiene, y juntos disciernen cómo poner todo al servicio de los que pasan necesidad, en favor de un mundo más justo y más humano”, continuó explicando.
El seguimiento a Cristo desde la castidad y la obediencia
“Nuestra razón de ser castas no es alcanzar una mayor libertad para la acción. La castidad nos sitúa en el ámbito más radical de la gracia, pues sólo desde la gracia se pueden vivir aspectos fundamentales de la persona”, matizó Giner de este segundo aspecto. “La vivencia de la castidad desde la perspectiva de la secularidad consagrada, exige vivir una caridad estructural, y es por tanto una invitación continuada a acoger el Reino en medio de las realidades temporales, comprometiéndonos con ellas desde un amor que desvela la realidad de un Dios encarnado, un Dios que nos llama a ser protagonistas de la historia, y no pasivos espectadores de su devenir.
“La pobreza y la castidad adquieren un sentido más pleno a la luz de la obediencia, como búsqueda constante de la voluntad de Dios desde la secularidad consagrada”, explicó en este punto. “La obediencia vivida como seglares consagrados en fidelidad al proyecto de Dios, desvela al hombre y a la mujer de hoy la llamada universal a la salvación, su vocación más original arraigada en el amor del Padre y revelada en Jesucristo”.