Primer día completo de la Semana
El miércoles 23 a las 10.00 horas puntualmente comienza el día con un breve momento de oración.
Tras la presentación de la primera ponente, Nicla Spezzati, subsecretaria de la CIVCSVA y profesora del Claretianum de Roma, comienza su charla titulada “El que ama al hijo posee la vida eterna” (Jn 3, 35). Jesucristo confiere definitividad en la provisionalidad.
Empiezó recordando que la dimensión escatológica de la vida cristiana y de la vida consagrada se juega en el día a día de la historia, pues estamos marcados por la resurrección aquí y ahora. La creencia en la vida eterna no es una esperanza en lo que será en un futuro, sino que ya desde ahora experimentamos y testimoniamos la beata esperanza.
Desde una perspectiva cristológica y comentando Jn 3,16, “el que cree en el Hijo tiene vida eterna”, destacó cómo la fe en Cristo, el Señor, nos hace habitar en él, pues los que creemos en Jesús estamos en Cristo y él mismo se convierte en nuestra esperanza.
Insistió en que la espera cristiana es una espera vigilante, activa y creadora. La esperanza que vivimos los consagrados es signo de los bienes futuros y de la primacía de Dios en la historia (cf. VC 26; 27).
“In spe gaudium et testimonium”. Recordó que la alegría es una provocación del presente para cada consagrado. La alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. La alegría se convierte en respuesta de fe en lo definitivo y es la belleza de la consagración. No hay santidad en la tristeza.
Concluyó su ponencia invitando a los consagrados a revestirse de las armaduras de la luz, a vestir el traje de la alegría, a abrirse a la esperanza con humildad para vivir el eschatón en el presente.
En el momento de las preguntas abundó sobre la idea de que con frecuencia la vida consagrada es mal conocida y en ocasiones lo negativo se convierte en norma. También recordó que lo que se pone en discusión es el modelo apostólico de vida consagrada, no la vida consagrada en sí misma. De aquí la necesidad de reinventarse constantemente. Señaló dos vías para llevar a cabo esta revitalización: la refundación interior (acogiendo de verdad el evangelio para vivir una vida significativa a nivel místico) y el desplazamiento a la periferia. Finalmente comentó alguna iniciativa que se llevará a cabo durante el año 2015, Año de la Vida Consagrada.
Después del descanso de media mañana el profesor Carlos Martínez Oliveras, disertó sobre el tema Sacramentos e vida eterna. La Iglesia entendida como sacramento y memoria del futuro.
Comenzó citando una frase de Aristóteles: “La esperanza es el sueño del hombre despierto” y a continuación recitó la oración ¡Oh sagrado banquete…!
Afirmó que los sacramentos prefiguran, dan a conocer de antemano las realidades futuras, o sea, se constituyen en primicias en las arras de la vida eterna. “Los sacramentos primerean la vida futura”, afirmó utilizando la terminología del Papa Francisco.
Seguidamente recordó las dificultades que presenta nuestra cultura para comprender y vivir lo que se celebra en los sacramentos y también destacó las posibilidades que existen en nuestros días, de una manera particular sabiendo que el hombre es ante todo un ser simbólico, un ser sacramental, cuya estructura interna le permite captar por lo visible lo invisible.
Sugirió la necesidad de profundizar en una teología sacramental simbólica para dar el paso de la estética a la mística. Desafío imperante en nuestros días, apostilló.
La vida consagrada, señaló, está marcada por la dimensión escatológica y recuerda a todos los creyentes aquello a lo que todos estamos llamados. Es más, los consagrados en sus celebraciones estarían viviendo una “escatología al cuadrado”, pues tanto la liturgia, de una manera especial la Eucaristía, como el consagrado son signo de la vida futura.
También afirmó que los consagrados, llamados aguijones escatológicos, también podríamos ser llamados “ventanas de eternidad”. Los consagrados, y de una manera especial los hermanos mayores, tendrían que ser mistagogos que ayuden a introducirse en el misterio de Cristo.
A las 13.00 horas monseñor Eusebio Hernández preside la celebración de la Eucaristía para aquellos participantes que lo desean.
Se reanuda el trabajo vespertino a las 17.00 horas y como en otros momentos se comienza con una canción que nos introduce en el tema de la primera ponencia que corre a cargo de L. A. Gonzalo Díez, profesor del ITVR y director de la revista Vida Religiosa, y lleva por título “He aquí que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). Las utopías históricas como mediaciones de la esperanza final. El Espíritu recrea la pasión por lo definitivo.
Inició su charla recordando que la utopía es posible. Con el ejemplo de la expresión de M. Luther King ¡Tengo un sueño!, puso de manifiesto el hecho de que las grandes utopías contienen en sí lo mejor de la humanidad: la unidad, la fraternidad y la comunión…
Hoy son muchas las personas que caminan hacia la utopía, siendo herederos de una trayectoria de revelación y bajo la compañía del Espíritu. Con gran fuerza insistió en la necesidad que los consagrados tienen de hacer memoria para recrear la gratuidad y de ser libres para escuchar al Espíritu que sigue clamando en nuestro mundo.
Con una gran fineza y con numerosos ejemplos recordó que es necesario pasar de lo imposible a lo realizable. Por eso, dijo que es tiempo de remar a favor del Espíritu y de primerear, de abrir caminos nuevos bien anclados en claves evangélicas y que no se gasten en evaluaciones y cansancios que pueden ahogar la utopía. En esta misma línea insistió en la importancia y la necesidad de tomar decisiones claras y valientes. Frente a la cultura de lo rápido conviene seguir las actitudes de la “cultura lenta”: desaceleración, desconexión, sostenibilidad… La persona tiene que estar en el centro de toda utopía.
Concluyó su densa e interesante ponencia invitando a hacer realidad una utopía muy concreta, “cambiar el 100 por el 1” de la Evangelii Gaudium, o sea, pasar en nuestras comunidades del odio, la división, las calumnias… a la alegría que brota del Cristo del Evangelio.
Tras el receso tomó la palabra Maricarmen Bracamonte, ya que Isabel Romero no pudo asistir en este momento, y comparte el tema que estaba previsto para el jueves a primera hora de la mañana: Felicidades, felicidad y bienaventuranza eterna. Pasión por la vida y clamor de resurrección: el celibato por el Reino de Dios como opción por el futuro de la vida.
En primer lugar indicó que todos los seres humanos deseamos ser felices. Ser felices consistiría en ir experimentando la plenitud que somos, pero la sociedad de consumo ha invadido todo y nos “engaña” con una felicidad pasajera, pues nos la quieren presentar como un objeto y como algo objetivable. En el fondo, es el anhelo de manifestar el ser que cada uno es, las potencialidades que cada uno lleva dentro. Entre las citas y textos de varios autores nos recordó que la felicidad se saborea en la historia y alcanza su plenitud en la eternidad.
También nos dijo que la felicidad se mezcla con el sufrimiento que nos generan diferentes situaciones que no nos permiten actualizar el ser que somos. Desde una inteligencia cognitiva y racional podemos desplegar el ser que cada uno de nosotros somos, o sea, poniendo toda nuestra persona en juego y cultivando una actitud de gratuidad, que va más allá de cualquier cálculo.
Nos recordó también que la felicidad y la fe tienen un carácter relacional. Creer en el amor incondicional de Dios es un acto de fe, es una osadía. Una osadía que nos integra. Amar a Dios y al prójimo es nuestra identidad. En la experiencia del amor está la vida eterna. Quien no ama permanece en la muerte. Nuestra manera de amar, de relacionarnos es la de una persona célibe y la castidad es la reverencia en la relación; es el respeto del otro, el no traspasar los límites. El amor es el propósito último de nuestro Señor, que antes de crearnos ya nos amaba. En este amor nuestra vida es eterna. Y, por otro lado, la bienaventuranza eterna es desplegar el amor de Dios que nos unifica. Reconocer todo lo que nos une en el amor es la bienaventuranza eterna.
Concluyó la charla con algunos interrogantes muy profundos para nuestra vida consagrada. ¿Ensayamos modos distintos de vivir en este nuevo mundo que está surgiendo? ¿En qué medida nuestras vidas reflejan gratuidad?
La segunda jornada de la Semana finalizó con un breve momento de oración y canto.