La última ponencia de la tarde del jueves, y la previa a las conclusiones que serán expuestas mañana por la mañana por el director de estas jornadas, corrió a cargo del P. Mariano Sedano, misionero en Rusia. El profesor, experto en Historia de la Iglesia, abordó la fraternidad y la comunión desde la koinonía, aseverando que “el futuro de ésta nos hace contemporáneos de los padres de la Iglesia y de grandes santos como Basilio, Agustín Benito o Francisco de Asís”. “La nueva tradición eclesial nos lleva a construir un futuro innovador”.
El religioso pasó entonces a razonar que “el futuro de la koinonía pasa por la sensación de lo no merecido, de la inmensa desproporción entre lo recibido y lo que podemos dar”. “Caer en la cuenta del don activa un movimiento espontáneo que provoca sorpresa, asombro y gozo por sentirse amado, elegido y rodeado de la ternura de Dios, que me invita a ser su amigo y a rodearme de hermanos”.
La celebración litúrgica ensancha el horizonte de las relaciones comunitarias, y así lo quiso hacer constar el claretiano citando al gran pensador ruso Pavel Florenski: “El culto es una ventana abierta a otra realidad desde la cual se ven otros mundos. Es una brecha en la existencia terrena a través de la cual se vierten sobre ella, provenientes de otro mundo, flujos que la nutren y la refuerzan”. Así, para el misionero, “basta abrir el Misal romano y apreciar verbos como ‘adorar’, ‘bendecir’ y proclamar’ dándonos cuenta de lo que implican: sobre estas palabras se escancia y vertebra la fe de la comunidad”, instó.
“La liturgia como epifanía y manifestación de la koinonía nos lleva a contemplar algo real, pero invisible a una mirada epidérmica: se nos invita a descubrir nuestra propia realidad y la realidad de los que están a nuestro lado”, recalcaba.
El perdón, pilar básico de las relaciones comunitarias
Basándose en la intuición pacomiana, El P. Sedano aseveró que “cuando una comunidad bendice a Dios por el don de la fraternidad está reconociendo su presencia vivificante, y así, la comunidad se siente bendecida, rehabilitada y curada en sus heridas”. “La paz de Dios rehace las relaciones humanas con el perdón”.
Y es que, desde diversos puntos de vista, también el histórico que atraviesa nuestra peculiar forma de vida, “somos muy imperfectos”. “Somos menos, más frágiles, los escándalos han minado nuestra credibilidad… Nos estamos encontrando con nuestras limitaciones”. De ahí que “un signo hermoso de esta renovación sinodal ha de ser el cuidado mutuo”. Y puede que haya que dar un paso más: “La vida de fraternidad es también un modelo eclesial que proponer”. Para ello, “Dejémonos provocar por la realidad, recuperar lo que fue la experiencia inicial de nuestros fundadores”. Pues para que un carisma siga vivo “refundémoslo según la genial intuición de la mejor teología de la vida consagrada”. Solo una vida consagrada que acoja la provocación de lo real será capaz de provocar a otros a continuar una tarea tan apasionante como a la que hemos entregado nuestra vida”.