“La Iglesia existe para evangelizar. A través de la predicación del Evangelio introduce a los hombres en la comunión con Jesucristo: Él es la vida del mundo”. Así presentó Montserrat Chías, aci, su conferencia de la tarde de ayer dentro del ciclo ‘Los Jueves del ITVR’. Así, bajó el título ‘Nueva tierra de misión: la juventud’, la religiosa esclava del Sagrado Corazón de Jesús trazó un recorrido en el que fue descubriendo, guiados por aquellos que nos precedieron en la labor evangelizadora, sólidas orientaciones y luces para trabajar y sembrar con los instrumentos y semillas que aseguren una abundante cosecha para el Señor de la viña.
A diferencia de otros tiempos, “hoy la Iglesia ha aprendido a evangelizar respetando y comprendiendo las culturas locales, promoviendo un enfoque de inculturación que busca integrar la fe en la cultura de las personas”, reconoció la experta. De tal modo, si bien es cierto que hemos aprendido de épocas anteriores, “aún existen desafíos, como la falta de sensibilidad cultural o la imposición de ciertas interpretaciones culturales y religiosas sobre otras”. En todo caso, Chías admitió que “la propagación del Evangelio siempre ha supuesto la necesidad de adaptarse para aquellos que han sido llamados a tan sagrada encomienda”.
La exploración de las trayectorias del Espíritu
La ponente quiso entonces pasar a desarrollar un segundo camino, el de la exploración de las trayectorias del Espíritu, ya que es “Él quien constituye la fuerza impulsora de la misión y la vida de la Iglesia”. “El Espíritu Santo es quien guía, inspira y fortalece a los creyentes para llevar a cabo la misión de difundir y vivir el Evangelio”.
“Es cierto que, a lo largo de la historia de la Iglesia no ha sido reconocida plenamente la diversidad de dones y talentos que desde el Espíritu se hacen presentes en la comunidad cristiana”, lamentó Chías. De hecho, “sesenta años después de la conclusión del Concilio Vaticano II, se nos sigue advirtiendo de la tentación de separar a unos pocos actores cualificados para que lleven a cabo la acción pastoral, mientras que el resto del pueblo fiel permanece meramente receptivo a sus acciones". A ojos de la experta, un grave error. “Cada bautizado tiene la responsabilidad de involucrarse de manera activa en la vida y misión de la Iglesia”. “El papa Francisco ha dado un impulso a la sinodalidad, en la línea de una concepción más horizontal de la Iglesia”, añadió.
Vida consagrada
“Durante muchos siglos, la vida consagrada ha estado caracterizada por una estructura sólida y reglamentada, que proporcionaba seguridad y visibilidad como testimonio de fe ante el mundo”. Hoy, sin embargo, nuestra peculiar forma de vida “está siendo desafiada a abrazar la incertidumbre y a mantener la confianza en Dios en un mundo en constante cambio”. Así, la religiosa prosiguió con una fuerte exhortación a todos los consagrados: “Dispongámonos a una profunda indiferencia, permitiendo que sea Dios quien nos moldee y guíe. Se encarnará así la llamada a la santidad que recibimos de nuestro bautismo”.
Los jóvenes
Por último, “fijémonos en este mundo que nos rodea, y en concreto en los jóvenes”. Así, teniendo en cuenta que “la juventud no existe, existen los jóvenes con sus vidas concretas”, Chías se atrevió a lanzar una serie de coordenadas de las que asirnos para, desde ahí, reconocer a la juventud que puebla nuestras sociedades. Y sobre todos los rasgos comunes la experta se detuvo en uno especialmente notorio: “Esta generación es la primera postcristiana, pues han crecido en un contexto mucho más secularizado donde el rechazo a la Iglesia se ha entendido como signo de trasgresión y modernidad”. ¿Cómo podemos, entonces, acercarnos y trabajar esta tierra de misión?
“La novedad en la evangelización no proviene tanto de los destinatarios de la misión, como de las nuevas actitudes que se requieren en los evangelizadores y sus comunidades”, interpeló Chías. “Si algo caracteriza a los jóvenes es que tienden a valorar la autenticidad en las personas y las instituciones”, sin embargo, cuando nos acercamos como Iglesia a ellos “hacemos o decimos cosas que no entienden, o que no llegan a ellos según su contexto. Creemos que sabemos lo que escuchan, incluso intentamos adaptar nuestro lenguaje para que sea accesible, sin embargo, faltan las referencias, no tenemos dominio del contexto o de su cultura”.
En efecto, aun reconociendo que se ha hecho un notable esfuerzo, “los lenguajes, muchas veces, siguen siendo ajenos”, señalaba Chías. “Entiendo que no queremos desvirtuar el mensaje, o que existe el peligro de descafeinar su contenido”. “Estoy de acuerdo en que la evangelización de nuestro tiempo debe ser explícita, pero mi gran pregunta de fondo cuestiona la imagen de Dios que se están formando los jóvenes, aquella que les estamos transmitiendo”.
“Necesitamos ofrecer a los jóvenes lugares propios que ellos puedan acondicionar a su gusto y donde puedan entrar y salir con libertad; lugares que los acojan y donde puedan acercarse espontáneamente y con confianza al encuentro de otros jóvenes tanto en los momentos de sufrimiento o de aburrimiento, como cuando deseen celebrar sus alegrías”, propuso la conferenciante. “Impulsemos movimientos de jóvenes para jóvenes. No sigamos pensando en los jóvenes como meros receptores, sino como misioneros capaces de lanzarse al anuncio de la buena noticia de un Dios que se hace el encontradizo en los caminos”, finalizó.