“La sororidad, tan antigua como la fraternidad, nos vienen dada por la vocación que los personajes bíblicos establecen con Dios y no por lazos de sangre, sino -insisto- por razones de seguimiento”. Así comenzaba la teóloga Silvia Martínez Cano al inicio de su conferencia que llevaba por título ‘Las aportaciones de la sororidad en clave apreciativa’.
Pero en la Historia de la Iglesia, lamentó la experta a renglón seguido. “La hermandad ha sido objeto de muchos debates, convirtiendo esta palabra -hermandad- como aquella que solo incumbe a los hombres”. “Hoy, sin embargo, desde la perspectiva de la sinodalidad, podemos mejorar la teoría y la práctica de la sororidad”.
Cuatro claves
Para explicar este desarrollo, Martínez Cano destacó cuatro claves siendo la primera de ellas el reconocimiento, o lo que es lo mismo, “la aceptación de la igual valía de todas y todos”, definió. “La cuestión está en cómo nos respetamos y reeducamos para respetar las desigualdades”. Porque la sororidad “pretende recordar que la hermandad se compone de muchas y diferentes experiencias, y aporta, sobre un tejido común, una diversidad que conserva la singularidad de cada persona”.
La segunda clave se enmarcó bajo el título de pactos y alianzas, pues “los conflictos entre mujeres existen, porque somos humanas”, comenzó aseverando la profesora. Así, “los pactos dan espacio a la negociación, y permiten actuar a las mujeres con más honradez”, aseveró. A renglón seguido, la conferenciante nos introdujo en la tercera clave, “la pedagogía de los cuidados”. “En el ejercicio de cuidar y ser cuidados se reconoce la vulnerabilidad de los recursos que tenemos para sobrevivir adecuadamente”. Y es que a ojos de la teóloga, “nuestra acción de cuidar tiene un efecto en los demás, enfrentándonos así a la autosuficiencia y a la individualidad”
Finalmente, Martínez Cano quiso subrayar la idea de comunidad, “que tiene como referencia a las parteras egipcias que contradijeron la orden del Faraón, y lo hicieron para pactar así con la universalidad del cuidado”. “Las parteras supieron poner en el centro la ‘cuidadanía’, que respeta las diferencias sin dañarlas, para ‘ser con’ y no ‘ser sobre’”, matizó.
Los liderazgos transformacionales
Los rasgos descritos no son posibles “si no se da el empoderamiento de las mujeres dentro de la comunidad crsitiana”, instó la profesora. “Sin acompañamiento, sin transformación feminista de las ciudades, no cambiarán los modelos depredadores que se oponen a la fraternidad”.
Además, en modelos de aprendizaje fluido, “descubrimos que todos tenemos algo que aportar, sin miedo a los cambios más allá del ‘esto siempre se ha hecho así’. Sin miedo a compartir información, porque en este intercambio, construimos fraternidad”.
“La sororidad es un signo de los tiempos”, recalcó la experta para concluir. “Y lo digo sin caer en la trampa de los simplismos, porque la sororidad va de la mano de la fraternidad”. Tenemos que hacer reales las conversaciones necesarias saliendo de nuestros prejuicios y así acompañar a los demás, compartiendo parte de nuestro tiempo en fraguar amistades y complicidades”, finalizó