Introducción
La mesa redonda de la mañana del 12 ya nos introdujo en la realidad, siquiera proponiéndonos experiencias y modelos de reorganización de los institutos. Las ponencias de la tarde del día 12 fueron una reflexión sobre la realidad. Se trataba de esbozar un «plan de mejora organizativa y de revitalización carismática». ¿Cuál es el perfil de un instituto que mejora en la misión, en la estructura y en el liderazgo? ¿Cómo relacionar el carisma con la institución de modo que podamos disponer de «claves» tanto carismáticas como hermenéuticas y organizativas? Fueron las dos preguntas guía de las ponencias del tercer día de la semana.
El perfil de un instituto que mejora
A lo largo de esta primera ponencia, el Dr. Don Juan Antonio Díaz de Rada nos dibujó el perfil de un instituto que mejora. Cada uno de nuestros institutos forma una organización con una estructura concreta. La misión es la clave para entender, hablando en términos institucionales, el éxito o el fracaso de nuestro nivel organizativo siempre que:
- 1) Las estructuras estén adaptadas a la misión con objetivos claros;
- 2) la mejora que se plantee tenga como centro a la persona;
- 3) su estrategia sea mirar hacia futuro para transformar el presente;
- 4) se esté siempre dispuestos al aprendizaje;
- 5) y todos seamos potencial en beneficio de todos, “seniors y juniors”.
Al hablar de renovación, pasar de una estructura a otra, en función de la adaptación del entorno, es esencial ya que la mejora es intrínseca a todo grupo, lo cual implica el cambio. La apertura al cambio depende en parte del liderazgo que ha de ser entusiasta y adaptado a los tiempos.
Carisma e institución
La segunda ponencia – «Carisma e institución: claves carismáticas, hermenéuticas y formativas»– estuvo a cargo del profesor Gonzalo Fernández, claretiano. La ponencia se desarrolló fundamentalmente en tres tiempos.
El primer movimiento se inició con una pregunta interpelante: ¿Qué nos está pasando hoy en la vida religiosa en Europa? Los institutos de vida consagrada en Europa han caminado a través de un proceso evolutivo. En el momento que viven actualmente los institutos se descubren dos características: por una parte, se percibe un exceso institucional con un déficit carismático, y, por otra, cuando se dan destellos carismáticos, éstos no van acompañados por un cuerpo institucional que los respalde.
A lo largo del segundo movimiento, el ponente intentó iluminar la realidad de la vida religiosa europea. A la luz del nuevo Testamento es claro que no existe una iglesia carismática y otra jerárquico-institucional; carisma e institución son frutos de un mismo Espíritu. En la Iglesia y en todo instituto de vida consagrada existe una dimensión carismática y otra institucional. Estas dos dimensiones no se oponen, sino que se complementan.
El tercer movimiento consistió en señalar algunos posibles caminos por los cuales transitar, tras haber tomado conciencia de la realidad y de haber sido iluminada. Cuando los carismas degeneran en «rutina», es urgente una «revitalización» de los mismos, para lo cual se sugiere lo siguiente:
- 1) pedir al Espíritu el don del carisma;
- 2) transmitirlo a través de la maternidad-paternidad espiritual;
- 3) que existan nuevas generaciones receptoras del carisma;
- 4) que se pongan en práctica nuevos procesos de formación permanente.
A la escucha de la Palabra
Finalizamos el tercer día de la Semana meditando la Palabra. Como en los días anteriores, la meditación conclusiva fue preparada, a lo largo de la tarde, con la lectura de breves fragmentos bíblicos (Is 43,1-5; Mt 8, 25-27; 14,22-33). La meditación fue dirigida por la religiosa dominica Mari Carmen Román. Si tenemos la impresión de que Dios duerme en esta realidad actual y que nuestras fuerzas disminuidas no pueden manejar la barca que se hunde en medio de la tempestad, Jesús nos invita a pasar a la otra orilla. Es una invitación al cambio. Las condiciones son el desarraigo y la pobreza absoluta, la radicalidad y la propia llamada de Jesús, que nos capacita para este seguimiento, aun en medio de la tempestad. El miedo, señal de poca fe, se traduce en una petición de auxilio: «Sálvame, Señor, que perezco». Nuestra fuerza, en estas circunstancias, consiste en entregarnos al Señor de la vida y ser sostenidos por él.
Mª. Isabel Aguado Sánchez
Ismael Correa Marín
Ángel Aparicio Rodríguez
(Cronistas)