Con el objetivo de iluminar desde la perspectiva teológica este desafío que representa la comunión, el religioso claretiano Carlos García Andrade, profesor invitado en nuestro instituto y actualmente docente en el ‘Claretianum’ de Roma, comenzó exponiendo los tres ejes fundamentales de la fe cristiana que conciernen a la dinámica de la comunión: la idea de Dios, la idea del hombre y el lazo entre teología e historia. Así, “hablar de comunión implica hablar de pluralidad en Dios. Y esto remite a la noción específica del Dios cristiano: la Trinidad”.
La idea de Dios
“Los esfuerzos de los teólogos de los siglos III y IV confluyeron en una respuesta: Padre, Hijo, y Espíritu no son tres divinidades”. No hay más que un Dios, es cierto, pero que existe en 3 personas distintas. “¿Y esto que quiere decir?”, interrogó el experto. “Me parece posible postular que tal aplicación procede de experiencias muy humanas”. De tal modo, “así como la peculiaridad humana de la relación interpersonal permite a los seres humanos individuales articularse entre sí para dar vida a una nueva realidad original, la del ‘nosotros’, del mismo modo se llegó a denominar a los tres sujetos de la única divinidad, personas divinas, sin que la distinción que implica llegase a tocar la única esencia, sino sólo las relaciones de amor entre los tres”, explicaba el profesor. “La consecuencia teológica es que, en Dios, además de la unidad esencial hay una unidad personal, por la que las tres personas divinas viven un vértigo de comunión y de amor recíproco total”.
“Y, si se va hasta el fondo, se comprende que la unidad esencial procede de esta unidad personal, en el sentido de que el Padre, cuando engendra al Hijo le comunica toda su esencia (de otra forma el Hijo no sería igual que el Padre) y lo mismo hacen Padre e Hijo cuando hacen proceder al Espíritu Santo, comunicándole la única esencia. Es la reciprocidad en el amor-don el que les hace compartir la única esencia divina. No al revés” advertía García Andrade.
“La Trinidad de las personas divinas que marca decisivamente la imagen de nuestro Dios, y que era el modelo de nuestra comunión, quedó durante muchos siglos (del s. IV al XX) como encerrada en un exilio dorado, en un espléndido aislamiento, sin la menor influencia en el desarrollo de la vida y la misión de los fieles”, lamentaba el profesor a renglón seguido. “Superar el prejuicio que acusa a la teología trinitaria de ser algo perfectamente inútil, ocupación para teólogos que no tenían otro tema más interesante al que dedicarse, es tarea nuestra”.
La idea del hombre
El segundo eje de la fe que toca la idea de comunión es la del ser humano. “No sólo porque también hay experiencias de comunión interhumana, es que la pretensión de nuestra fe es que tales vivencias de comunión tienen mucho que ver con la comunión trinitaria”, añadía el religioso. Por tanto, “si el Hijo de Dios ha podido hacerse hombre y encarnarse, es porque persona divina y naturaleza humana no eran incompatibles, y lo mismo podemos decir del Espíritu Santo que ha sido dado a nuestro espíritu para darnos todos sus frutos”. De tal modo, “si el Magisterio sigue proponiendo el modelo trinitario como un objetivo real, es seguro que hay base para ello”
El fruto inesperado
Para finalizar, García Andrade concluyó diciendo: “y si a lo dicho añadimos que en cada ser humano está presente el Resucitado, nos daremos cuenta del fruto inesperado que nos ofrece esta comunión mediante el don de amor recíproco: La presencia del Resucitado vivo entre nosotros según su promesa”. “El Resucitado que hay en mi entra en comunión con el resucitado que hay en ti, y en el Espíritu se hace presente”. De tal modo, “repetimos la experiencia básica que hicieron los apóstoles y que está llamada a vivir todo creyente, y quizá hasta podamos atrevernos a responder a la petición que los griegos le hicieron una vez al apóstol Felipe: “Queremos ver a Jesús” diciendo ahora a quien nos lo pide: Venid a nuestra casa, porque Él habita en medio de nosotros”.