“La vida consagrada, como todos los cristianos, no vive al margen de tantos desafíos que pueden socavar el camino a la esperanza”, comenzó advirtiendo Elisa Estévez López, doctora en Teología, en la conferencia que tuvo lugar ayer, quinto día del ciclo ‘Los Jueves del ITVR’. Así, con una hermosa ponencia que llevaba por título ‘La esperanza no defrauda (Rm 5,5)’, se aproximó al núcleo de la bula de convocatoria del Jubileo del 2025 desde la Sagrada Escritura, citando sobre todo la epístola de san Pablo a los hebreos y otros del Nuevo Testamento.
“Somos heridas abiertas”, completaba la profesora del departamento de Sagrada Escritura e Historia de la Iglesia de la Universidad Pontificia Comillas, haciendo memoria del contexto en que se halla inmersa la sociedad actual. Al hacerlo, enumeró algunas “situaciones que llegarían a provocar que nuestra esperanza naufragaar”, y que nos piden “asumir con más fuerza el don de la profecía”.
“El mundo de hoy parcializa y oculta el pleno sentido de la felicidad, buscándola en la mera vivencia emotiva, acortando la distancia entre nosotros y nuestros deseos”, lamentó la profesora parafraseando a san Pablo VI. Además, otro elemento característico de nuestro tiempo, como es el “aferrarse al aquí y al ahora”, choca frontalmente con el concepto de permanencia, “permanencia en el amor recibido”, íntimamente ligado al concepto de esperanza cristiana.
Por otra parte, “las sociedades en las que vivimos nos encierran en la productividad”, asfixiando la raíz del sentido y de la esperanza. “Nos han hecho creer que nada es imposible y, en consecuencia, nos explotamos a nosotros mismos, volviéndonos en consecuencia víctimas y verdugos”, razonaba Estévez. Finalmente, “el anonimato en esta sociedad hiperconectada e hipercomunicada favorece la falta de creatividad, haciendo difícil creer que alguien puede esperar algo de otro ser humano”.
Si pensamos en la vida consagrada, también podemos concluir que han llegado tiempos recios para la esperanza, “tiempos en que el desierto y la noche pueden llevar al miedo ante la propia realidad y la realidad del mundo”, añadía aludiendo a “la falta de vocaciones, la falta de ilusión y de liderazgo”.
“Sin embargo, desde la fe en Jesús, las razones de nuestra esperanza no han caducado”, animó, “pero debemos someter a crítica la imagen de esperanza que tenemos”. Y ello pasa obligatoriamente, a juicio de la experta, por “reavivar el valor del amor, poniéndolo en relación con quien es fuente de vida”. “Tiene que ver con cultivar atención contemplativa, aquella que nos descubra como seres habitados por un deseo radical”. Y este no es otro que “el deseo de Dios que anida en nuestro corazón y que solo por Él puede ser saciado”.