El interrogante sobre lo que es el ser humano recorre la historia del pensamiento. Se trata de un punto fundamental que nuestro ciclo de conferencias ‘Los Jueves del ITVR’ quiso abordar en la tarde de ayer con la charla que pronunció la profesora María Teresa Compte-Grau y que nos acercó a una realidad constitutiva del ser y de nuestra sociedad: concretamente, a la fragilidad y vulnerabilidad que experimentamos a diario tanto en la propia carne como en el rostro de cuantos caminan a nuestro lado, esos que consideramos beneficiarios de nuestro servicio evangelizador.
La aproximación que ayer se hizo al concepto de vulnerabilidad y sus dimensiones fue multidisciplinar. Fue desde la ética al derecho, pasando por la política o la biología. “Es un concepto complejo cuyo significado más propio se refiere a la cualidad del ser humano de mostrarse vulnerable, es decir a aquel que comporta el riesgo de ser dañado, herido”, comenzó la experta.
¿Vulnerabilidad que se identifica con lo imperfecto?
“Si la tratamos desde esta perspectiva, la vulnerabilidad podría ser vista como debilidad”, explicaba. “Pero teniendo en cuenta que resulta evidente que todos somos vulnerables, por ser finitos y susceptibles de ser dañados en la integridad de nuestro ser, esta noción individualista del ser humano ignora la dimensión social y relacional”. “No somos ni independientes ni autosuficientes”, añadió.
Y yendo un paso más allá, Compte-Grau planteó la necesidad de un serio análisis que responda a “cómo respondemos a la vulnerabilidad”. Así, “¿Es deber humano la protección de la vulnerabilidad?”, formuló. Para la profesora catalana “ser conscientes de la vulnerabilidad personal nos debería invitar a diseñar estrategias de prevención que eviten los riesgos y los daños”. En concreto, “hablo de reducir el impacto del daño que se inflige contra nuestra naturaleza vulnerable, de fomentar recursos de apoyo social e institucional y de tomar consciencia de los límites de nuestras relaciones. Si no lo hacemos, estaremos fomentando la vulnerabilidad”.
¿Qué respuesta ofrecer?
Abundando en este punto, la conferenciante explicaba que “la cuestión, por tanto, no es que seamos más o menos vulnerables, sino cuáles son las respuestas que damos para que de esas condiciones deriven en la disminución de la vulnerabilidad”.
Para Compte-Grau, “cuando nos situamos frente a la vulnerabilidad, solemos operar atribuyendo la responsabilidad del daño no a quien lo causa, sino al vulnerable, a quien no pudo pedir ayuda”. “Pero ser vulnerable no es un incidente individual, no es una enfermedad. Tampoco es rasgo incapacitante de nuestra naturaleza y desde luego que no implica no ser capaz de protegerse de las consecuencias del daño. Además, los seres humanos poseemos capacidades que nos permiten recuperarnos de la vulneración de la vulnerabilidad: resiliencia, entorno, autoestima o disponibilidad de recursos, entre otras”.
Silencio e impunidad
“Hay una forma grave de vulneración de vulnerabilidad”, incidió la profesora refiriéndose a las dinámicas de abuso que se pueden producir en nuestras comunidades de vida dentro de la Iglesia. “Y hay dos prácticas que favorecen el riesgo del daño y la perpetuación de este: el silencio y la impunidad”.
“Envolviéndolo todo en un manto de silencio y evitando que la persona dañada pueda conocer los riesgos y factores que lo causan se reforzará la indefensión, convirtiendo a las personas dañadas en incapaces”. “No es que lo sean, es que se las convierte en eso”, redundó. Frente a este tipo de mecanismos, “solo podemos recomendar la palabra, que es reparación”. “Las víctimas tienen derecho de narrar y recuperarse mediante la palabra”.
“Los relatos de las víctimas permiten acabar con la perspectiva de la impunidad y acabar con ella implica reparar, que es cuidar con cuidado. Significa atender y remediar, comprender y facilitar”. “La vulnerabilidad por tanto invita a la responsabilidad y a hacerse cargo del otro”, concluyó.