Un manifiesto a favor de una vida consagrada profética fundamentado en textos bíblicos bellamente hilvanados con la sensibilidad de García Fernández, doctora en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana
“La vida consagrada tiene ADN de profetas, genes de profetas, porque tiene en su cuerpo las marcas de Jesús producidas por creer en su Palabra, y por dejar que se tatúe en su piel el dolor del hermano. Desde esa convicción habla, vive y se posiciona para construir el Reino de Dios. Y desde esa convicción cree que el Espíritu Santo se derramará sobre toda carne y todos profetizarán: ancianos, jóvenes y niños”. Con estas palabras, la profesora Marta García Fernández (Madrid, 1974) clausuró la que fue la última conferencia de la Semana Nacional de Vida Consagrada organizada por el ITVR de los Misioneros Claretianos.
“Profetizarán vuestros hijos e hijas, pues tenemos ADN de profetas”, comenzó al inicio de su disertación. “Fuimos consagrados antes de nacer, antes de ser tejidos por las manos de Dios en el vientre de la Iglesia. Por eso nuestra existencia es ya en sí misma, profética”.
“Y somos profetas porque permanecemos en estatuto de discípulos”. Pues, “el oído de discípulo se traduce en decir no a la autorreferencialidad. Así el dolor del hermano se graba en la piel y comienza la profecía. Recibimos una palabra que quiere hacerse samaritana, insuflando aliento al varado en los márgenes de la historia”
Salir para no volver
“Al igual que Abraham, la vida consagrada sale de su tierra para no volver, herederos de una tierra intangible”. “Muchos consagrados a lo largo de la historia se fueron a vivir a tugurios, lo que en apariencia se trataría de iniciar una realidad de desposesión, pero no es así. En el lado pobre y del tierno, en el lugar del manso de la existencia, allí donde nadie se preocupa por ellos ni les arroya montados en supervidas importantes se halla el lado más complejamente humano. Allí la vida consagrada descubre que su pueblo es su profeta, el lugar desde donde Dios habla”.
“Y ser profeta es responder a la herida, no con más herida, sino con curación. Así como el dolor del hermano se tatúa en el corazón de la vida consagrada, nuestra piel recibirá las heridas de la injusticia”.
Insobornables
Está escrito que el cuerpo del profeta se transformará en muralla de hierro, “porque su poder son las palabras de vida puestas en nuestras bocas”. “Por eso la vida consagrada no puede vivir con miedo. Si lo hiciera estaría permitiendo que la verdad quede aprisionada en la mentira. La palabra profética es libre”.
“¿Cuántos consagrados han roto pasajes de avión y se ha quedado con los más sufrientes, jugándose la vida? Y es que puede que el profeta luche por quitarse la Palabra de encima, por una sensación de miedo, por la angustia. Y es entonces cuando se nos pregunta ‘¿También vosotros os queréis ir?”. “Y no es que estemos hablando de una crisis, antes bien, quizá sea la confirmación de la misma consagración, porque decir que para quitarnos la vocación mejor sería no haber nacido es reconocer hasta qué punto vocación y existencia conviven en nosotros. ‘A dónde quien vamos a ir si solo tú tienes palabras de vida eterna’, respondemos”.
Pero llevamos el tesoro en vasijas de barro, dice la Palabra. “Nosotros creemos que la vida consagrada es vasija de Dios. Y crece en confianza pese a sus fragilidades porque si nos estropeamos hay unas manos para crearnos de nuevo, y para crearnos mejores. Aunque queramos meter la verdad en pellejos viejos y en arcilla aburrida, el vino no se va a corroer. Tiene la fuerza hasta de rompernos”.