“El primer rasgo del testigo y del testimonio cristiano es el de haber vivido una experiencia decisiva: el encuentro con Jesucristo”. Así se expresaba el religioso carmelita descalzo Salvador Ros en la tarde del jueves 23 de noviembre, en el que fue el penúltimo jueves del ciclo que se ha venido desarrollando desde finales del mes de septiembre con cadencia mensual en nuestro instituto. La conferencia, bien sugerente y clarificadora, llevaba por título ‘Testimonio y contemplación’.
“La experiencia de la contemplación y su misión testimonial son realidades complementarias, correlativas, y hasta recíprocas, que se implican mutuamente y crecen juntas”, inició el especialista en teología espiritual. Para Ros, “habríamos de seguir una curiosa ley de interrelación, según la cual la experiencia lleva a su comunicación, y la comunicación de la experiencia confirma y afianza esta última, originando una doble corriente: de la experiencia a la necesidad de comunicarla, y de su comunicación a la profundización de la experiencia”.
“El testigo, por definición, no se anuncia a sí mismo, no da testimonio de sí mismo, aunque lo haga a partir de una experiencia personal, sino de Aquel que ha transformado su vida y con el que se encuentra comprometido”. De este modo, “Lo que hace el testigo es irradiar, y por tanto invitar a acoger al otro”, razonaba el teólogo.
La principal dificultad para creer
“Lo que el cristiano transmite es, fundamentalmente, el amor de Dios revelado en Jesucristo, y este amor invita a ser acogido y nada más; impotentemente, como Jesús”, persuadía. “¿Hay mayor impotencia que salvar desde lo alto de la cruz?”. Pero la eficacia del testimonio requiere también que su transmisión lo haga creíble, “y en nuestros días, el problema es que lo que se predica ya no tiene la forma o el carácter de buena noticia”, lamentó Ros parafraseando a Albert Nolan. “Puede que la gente acepte y crea lo que se predica, pero es incapaz de recibirlo con alegría y emoción”. “No suena en absoluto como noticia, y menos aún como buena”, sentenció. Así, “es imprescindible que lo que anunciemos evoque experiencias personales, porque la falta de experiencia religiosa es, para muchos de nuestros contemporáneos, la principal dificultad para creer”.
La misión, en comunidad
“Todos los historiadores que han estudiado la primitiva Iglesia queriendo comprender cómo fue posible que el cristianismo se impusiera a la cultura griega y a la sociedad romana han llegado a la conclusión de que lo decisivo fue la vida concreta de unas comunidades cristianas que derrochaban confianza y entusiasmo”, constató el religioso carmelita. “¿Qué aportaban aquellos cristianos?”, se preguntaba a renglón seguido. “En primer lugar, la conciencia de novedad que ellos tenían, que consistía en la persona misma de Jesucristo y en esa buena noticia, inaudita hasta entonces, de que Dios ama incondicionalmente a todos y cada uno de los hombres”. En segundo lugar, “lo que atrajo a los paganos era la nueva forma de humanidad presente en sus comunidades”. Por último, “la hospitalidad, la atención a los que necesitaban ayuda y la caridad con los pobres”. Así, “lo que aquellas primeras comunidades aportaron a su mundo, ¿no es un modelo de lo que las comunidades de hoy pueden y deben aportar al nuestro?”, formuló.
“Sin solidaridad eclesial con los que sufren –concluyó el teólogo haciendo suyas las palabras de Schillebeeckx–, el evangelio de las Iglesias resulta tan incomprensible como increíble”.