El arzobispo de Rabat pronunció una viva conferencia basada en su testimonio y en lo aprendido a través de este
El cuarto día de la Semana Nacional para Institutos de vida consagrada del ITVR comenzó, como los precedentes, con una serie de saludos institucionales. Esta vez llegó el turno de distintos miembros de la Congregación de los Misioneros Claretianos que a lo largo de estos años han sido llamados para servir desde la dirección del Instituto. Un centro de estudios, de reflexión y de vida compartida que a lo largo de estos cincuenta años ha encontrado su reflejo en distintos países del globo, con ‘hermanos’ repartidos en América Latina, Asia, Europa y próximamente en África. “Nosotros solo soñábamos y nos dejábamos sorprender”, comenzó diciendo el P. José Cristo Rey García Paredes, al tiempo que aseguró que “no por llegar a las bodas de oro haremos algo de forma distinta, pues quizá sin saberlo se nos abrirán nuevos comienzos”. “Participar en esta 50º Semana Nacional me trae a la memoria las preguntas que nos hacíamos hace quince y veinte años”, aseguró por su parte el P. Bonifacio Fernández. “Y es que el encuentro de este año se sitúa dentro de una larga tradición reflexiva”. “Estupenda herencia que nos dejaron nuestros predecesores” matizó el misionero Pedro M. Sarmiento, “Desde ella seguiremos pensando en cómo mirar más de cerca a nuestro amor primero”, reflexionó. “Hoy, el ITVR sigue mirando al futuro”, intervino el claretiano Carlos Martínez Oliveras, “Y como dijo el papa Francisco, para enfrentarnos a este, solo dos palabras: oración, para llenar los pulmones de Dios, y testimonio, para que la vida consagrada, que está en el corazón de la Iglesia y en su santidad, invite a muchos a unirse a esta memoria”.
A renglón seguido, comenzó su conferencia ‘La vida consagrada, testigo en periferias y fronteras’ el Card. Cristóbal López Romero, sdb, arzobispo de Rabat, en Marruecos. Y lo hizo con una pequeña confesión, “Esta invitación me ha obligado a repensar mi consagración y quiero atreverme a compartir lo poco o mucho que he podido vivir. La verdad es que no me habéis llamado por ser teólogo, pues no lo soy, pero soy cristiano y desde ahí ofreceré mi testimonio”, anunció.
El P. Cristóbal, el salesiano y ahora cardenal de la Iglesia, no se entiende sin sus periferias la vivencia que de ellas aprende. Por eso lo primero que hizo fue preguntar, “¿Desde qué periferias hablo yo?”. “Hablo desde la inmigración, pues yo mismo, con 9 meses, ya fui migrante. Cinco trenes y un autocar me hicieron ser andaluz en Cataluña. Luego fui paraguayo y español, y boliviano en marruecos. Y mirad, todos somos peregrinos en este mundo y toda patria es la nuestra. Mi casa es el mundo y mi familia, la humanidad”. “Hablo también desde la periferia de barrios populares, desde las periferias de América Latina, desde la periferia religiosa del norte de África, minoría entre musulmanes. Todas estas periferias han moldeado mi personalidad. Todos somos hijos de nuestra historia, por tanto, yo soy yo y mis periferias, y si nos las salvo a ellas, no me salvo yo”
Seguidamente “comparto las convicciones que estas periferias han forjado en mí”, introdujo. “La vida consagrada vale por lo que es, y no por lo que hace, y eso es lo primero que he aprendido. Porque salimos a la vida apostólica como el jugador que sale los últimos 15 minutos, con todas las ganas, dispuestos a darlo todo, pero constatamos que nunca es suficiente, y que las catástrofes siguen pegándose como pulgas en la piel de los pobres. Y reconocemos que todo está por hacer, que no nos hemos comido el mundo. Es más, damos gracias porque el mundo no nos ha comido a nosotros. Hemos de dar gracias a Dios si conservamos la esperanza. Solo eso ya es un enorme regalo de Dios”.
La segunda conclusión es tener claro que “el objetivo es el Reino. Lo demás, incluida la Iglesia, no vale nada en comparación. Dejemos de identificar la misión con las actividades que realizamos. Nosotros, nuestra misión, es ser signos del Reino” “Fijaos, yo como obispo no trabajo para la Iglesia. Lo hago como Iglesia que soy y por el Reino de Dios. La iglesia no es el Reino, es servidora del Reino. Y si María dijo que era servidora del Señor, pues la Iglesia de la que María es madre debe decir también ‘aquí está la servidora del Señor’. No estoy aquí para inflar el globo de la Iglesia. Porque además, hay sitios donde hay mucha iglesia y poco Reino. Y al revés, poca iglesia y mucho Reino. Por eso lo de la autorreferencialidad del Papa. No tenemos como objetivo engrandecer a la Iglesia. Tenemos que ser nosotros servidores”.
Estas palabras encontaron sus consecuencias en la tercera conclusión: “El signo no reposa sobre la cantidad. Menos preocupación por las obras, por favor”. “Nuestro objetivo no es resolver los problemas del mundo. Fijaos que Cristo no curó a todos los leprosos. Sus signos no solo son resoluciones de problemas, son expresiones de algo que va más allá de la realidad material. Da la vista a un ciego y dice que es la Luz del mundo. Resucita a lázaro y dice que es la Resurrección”.
Por eso, la cuarta conclusión, “La evangelización es antes que cualquier cosa una cuestión de testimonio”. Pues a juicio del religioso andaluz “a través de un testimonio sin palabras también se plantean interrogantes irresistibles. Evangelizar no es cuestión de boquilla, de micrófono y altavoz. Es cuestión vital”. La quinta consecuencia es que, si evangelizamos es para llevar el claro mensaje de amor del Resucitado a todo el mundo “en realidad, para transformarlo”.
Como sexta conclusión, “encarnar el Evangelio es acto permanente pero inacabado” “¿No nos creemos que el Padre hará morada en nosotros? ¿Qué nuestro cuerpo es morada del Espíritu? Entonces, lo que hizo Dios, lo debemos de hacer también nosotros. Dejemos que se encarne en nosotros”. Por último, “hay que hacer éxodo para vivir en la periferia”. “Pues las periferias son el lugar natural de la vida consagrada, no son cuestión geográfica. Es cuestión personal. Uno puede vivir en el peor sitio del mundo, pero sin encarnarse ahí. Y al revés también sucede, por tanto, es necesaria la apertura y el encuentro. Es necesario hacer de nuestra vida una historia de encuentros personales, a la espera del encuentro definitivo. Esto es la Iglesia en salida”.
Para entrar en el último bloque de su conferencia, el arzobispo de Rabat quiso dejarnos con algunas propuestas. La primera es “recuperar la esencia de la vida consagrada. Una vida consagrada que valora ser testimonio de comunión, compromiso de servicio a los pobres y radicalidad en la esencia del evangelio al que dijimos que sí en la profesión”. La segunda “Aumentar la autoestima con relación a la vida consagrada. Hay que querernos más. Habituarnos a mirar la realidad con mirada benevolente y positiva. Mantengamos el corazón generoso ¿o es que no apreciamos la belleza de la vida consagrada? Si tenemos esta mirada benevolente de la vida consagrada, descubriremos la maravilla de la comunión, y el regalo que es para este mundo fracturado”.
La tercera propuesta fue volver a lo esencial: “Incorporar la cruz. Vivir la pascua. No hay resurrección sin muerte”. “Hemos de incorporar la cruz, asumir nuestros pecados y los de los demás; hemos de amar hasta que duela”. La cuarta fue huir de la tentación: “No pidamos ser más, pidamos ser mejores. ¿Quién nos ha dicho que los trabajadores de la mies son solo los religiosos? ¿Oímos vocación y se nos ponen los dientes largos? Dejemos la pastoral egoísta y miope. Démonos cuenta de que el problema es ser pocos significativos. Ser luz y no iluminar a nadie”. Y la última, quizá la más importante: “¿Por qué no te conviertes?”.